Clark Kent se quita las gafas se pone la capa y ya nadie le reconoce como Clark, todos ven a Superman. Está bien. Todos jugamos al juego. Si ante el cúmulo de improbabilidades y ficciones que suponen la mera existencia de Superman tenemos que ponernos pejigueras con ese detalle, apaga y vámonos.

Porque la aceptación tácita de las reglas del juego que cada producción artística propone son la base para disfrutar de ella. Superman y otros superhéroes son estereotipos y funcionan bien porque carecen de la profundidad sicológica y la dimensión trágica verdaderas que los verdaderos seres humanos tenemos.

Sin embargo existe una corriente que tratar de hacer pasar a los superhéroes por las diatribas de un ser humano cualquiera. Padecen por sus familias, se lamentan de los errores cometidos, se enamoran como Romeos, se emborrachan como Bukowski cuando son rechazados, se rehacen y vuelven a la lucha, … y sin embargo carecen de sentido del ridículo para llevar trajes ridículos, ni hacen examen de conciencia sobre la cantidad de malas decisiones o decisiones violentas que toman y que indudablemente afectarían a una gran parte de la población, ni consideran que tal vez no son los más inteligentes ni indicados para tomar dichas decisiones, que ignoran soberanías y legitimaciones, …

Y aquí entra en juego el Hombre de Hierro, Ironman, que encarna perfectamente la segunda hornada a la que me refiero. Y hablo del Hombre de Hierro de las películas. El de los tebeos es un conquistador forrado y seriote al estilo de tantos otros. O al menos lo era cuando leí sus tebeos en el siglo pasado. Pero en las películas es un gilipollas graciosete cuyas frases sarcásticas tienen un limitado alcance. Si no, buscad en sus películas cuántas veces se parten de risa sus interlocutores. Más bien parecen pensar, «este tío es gilipollas». Ironman es capaz de infligir dolor y soltar un chascarrillo acto seguido, o de contar un chiste en el momento más crucial de una batalla. Para ser tan inteligente, ¿no se da cuenta que es un imbécil?

Por supuesto todo ello funciona bien si aceptamos que las reglas del juego para Ironman son esas. Utiliza el sarcasmo como mecanismo de defensa ante una situación vital trágica y unos antecedentes personales terribles. Sí amigo, una historia que se nos ha venido contando repetidamente durante décadas: la superación personal ante las adversidades, pero con un elemento nuevo, la mezcla del poder divino con las flaquezas humanas.

Si en la época clásica los dioses padecían los embates de los siete pecados capitales como cualquier hijo de vecino, hoy en día los dioses tienen estrés, inseguridades, complejos y frustraciones.

Tal vez vuelva a ver las primeras películas de Supermán, en la que el dios se comporta como tal, pero no tengo ganas ninguna de volver a padecer los vacuos vaivenes de Ironman y sus secuaces presudoprofundos. Sicología barata con mallas de colorines pa edades mentales de bachillerato.

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