Dirás, Joab, que Cádiz no es Sodoma

Que harto sencillo se topa uno con más de diez almas pías, sumisas, temerosas del temor. Que se espantan de la sorna de sus Carnavales cómo quien siente una sierpe al pie. Es por ello por lo que sus retorcidas venas de piedra ostionera siguen latiendo. No podemos hacer correr el fuego como en otras ocasiones, Joab. Pero tienes que hacer algo con esos Carnavales. Hay que hacer algo con esos carnavaleros.

¿Qué burla es esta en que la burla y sus burlones se sientan en el trono que nos corresponde por derecho, Joab? No podemos cruzarnos de brazos ante tanta ignominia.

De rebozo entre la jácara asistí recién a las más esperpénticas rechiflas que modelan en nosotros, Joab. Política, religión, finanzas, costumbres, maneras de bien son machaconamente vanalizadas y vilipendiadas, expuestas al moliente de su socarronería. También se ríen de sí mismos, ah, intentando limarse las uñas, más sólo consiguen igualarnos a su calaña. El escarnio es el patrón oro de Cádiz.

Y ríen mientras lloran. Miserias y penurias no han conseguido arredrar a esa canalla. Hay que ser más ladino Joab. No sirven doncellas de acero con ellos. Créeme, ya se ha intentado. Les ahogamos mil veces y mil y una noche más predaron en nos. Con la música como pretexto. Engatusando con pasodobles y cuplés a incautos y cómplices. Como si su podredumbre espiritual se maqueara con un ocativillita, un par de contraltos y unos versos espinosos y dulces. El que canta sus males espanta. O eso deben pensar ellos, Joab. Qué poco conocen nuestros salmos fúnebres.

Nunca han creído en nuestros héroes. Enarbolan los suyos. Unos héroes de chancla, tapa y sorna. Descreídos. Y se atrincheran entre calles encaladas con albero en el alma. Enarbolan pitos de carnaval, guitarras, bombos y platillos, chicharrones, moscateles y manzanillas, tortillitas camaroneras, cazón adobado y otras maquinaciones urdidas en freidores. Los más peligrosos, gallegos. Se parapetan en rincones rodeados de sus huestes para cantar a las cuatro brisas nuestros bochornos y lamparones. Y ríen, Joab. No paran de reír. La chanza, la ironía, el calambur, la metáfora, Joab, da coraje el pisoteo que dan a la lengua. ¿Qué sucede con nosotros? ¿No hay nadie que sepa paliar su indigno ingenio con ingenio de calado?

Y dirás, Joab, que no todo el monte es orégano. Que la mayor parte de esos copleros de medio pelo no alcanzan para preocupación. Que casi todo es soez, burdo, de genitalia, casquería y alcantarilla. Cierto, pero de cualquier modo, la gente ríe, se cree libre y aguda, se relaja y se siente liviana, y eso no podemos consentirlo. Los escapes tienen que ser los nuestros. ¿Acaso no les hemos dado centros comerciales repletos de franquicias? ¿No hay soma suficiente? Los Carnavales y sus carnavaleros se creen un reducto de sencillez, inteligencia y humanidad. ¡Fátuos! Qué asco, Joab. Qué hedor. Necesitamos ahogar los Carnavales. Y cuidado porque no tiene signos de agotamiento. Cada años nuevos espantajos abrazan la causa. ¡Imbéciles!

Así que, Joab, trama una leva para llevar a esos desgraciados al frente más crudo. Compra sus cuarteles y llénalos de turistas de copete y sol. Inunda sus canales con nuestros efluvios. Sube el volumen. Pon multas. Haz lo que sea preciso, Joab. Y no ceses de hacer todo ello una y otra vez, Joab. No hay solución más que el hostigamiento continuo porque dicen que nacen donde quieren. No te rías Joab, y haz tu trabajo.

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Cosas de Viejo
De vocación sus labores, este viejo podría haber hecho algo de provecho si no hubiera sido él mismo. Podría haber sido el peor de los periodistas si no se lo hubiera propuesto. Podría haber sido un gran hombre de ciencia si la inteligencia, el talento, la tenacidad y una mente despierta le hubieran acompañado. Podría haber sido un artista si hubiera gozado de la impostura. Es por eso que es arduo poner notas biográficas de quien apenas ha vivido.

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