Merito desde sus inicios me ha fascinado Vox. He tratado de huir de los fantasmas que arrastra para tratar de comprender el fenómeno de su auge. Desde el principio me pareció tener todas las respuestas. Me pareció tan evidente que chocaba una y otra vez contra las soflamas alarmistas de unos medios y las amenazantes de los otros. Vox. El coco. La sombra de Franco. La Falange resucitada dispuesta a purgar el rojerío español. Llamadas a la sangre. Se han cruzado líneas infranqueables y se han resucitado los extremos aun a riesgo de que, como es habitual, el que pague el pato sea el que no está en ninguno de los dos lados. Pero yo siempre lo he visto tan claro que creo que algo se me escurre entre los dedos. Siendo la Cerve crisol de muchas de las españas que existen, puse oído a cualquier cosa que se comentara sobre Vox con el fin de descubrir qué es eso que nadie parece comprender.

Yo siempre pensé que Vox, al igual que Podemos, nació de Los Indignados. Podemos era la materialización de una facción de Los Indignados. Pero sólo una. El corpus de la indignación, entendíamos don Aurelio y el menda, rechazaba la materialización del movimiento en una partido político. La gente indignada estaba indignada, no mentalmente incapaz. Sabían que la política lleva en su ADN la corrupción. Que la ley del silencio y el oportunismo son la columna vertebral de la política. Pregunte a exmilitantes.

Don Aurelio es de la opinión de que Vox es un contra-Podemos y hasta cierto punto un contra-indignados. Una parte significativa de los que apoyan a Vox son esos a los que cualquier queja que no sea la suya les parece mal. De los de a joderse mandan. La Reacción frente a la Revolución. La Contra. Los Paramilitares. Sin mucha fuerza mientras Podemos no sacaba tajada, pero en cuanto estos alcanzaron el poder ellos también vieron crecer sus huestes. Hay quien dice que Podemos demostró ser una fuerza tan alienante como Vox. Don Aurelio acuñó lo de que Podemos y Vox son distinto perro con el mismo collar. Un collar de esos de púas mirando hacia adentro. Ambos buscando la concordia extrema por sus cojones. Pero Don Aurelio, que ya lo ha sudado antes, dice que dan miedo. Que mejor no acercarse ni para mirar. Que no han venido a hacer la paz. Han venido a buscar su justicia y su paz. Únicamente la suya.

Conejo Yepes, funcionario popular, siempre ha dicho que Vox es el hijo respondón y pródigo del PP. Volverá al redil cuando se le hayan bajado los humos y vea que solos no son nadie, tal y como le pasó a Ciudadanos. Su popularidad se desvanecerá cuando los que les apoyan vean que su voto es más útil si va para la nave nodriza. Lara de Alba, sindicalista social, siempre ha dicho que Podemos es el hijo respondón y pródigo del PSOE. Volverá al redil cuando se le hayan bajado los humos y vea que solos no son nadie, tal y como le pasará a Sumar. Su popularidad se desvanecerá cuando los que les apoyan vean que su voto es más útil si va para la nave nodriza. Lara de Alba piensa que el PP está pactando con el diablo cuando llega a acuerdos con Vox. Conejo Yepes cree que el PSOE está pactando con el diablo cuando llega a acuerdos con Podemos o Sumar. Conejo Yepes está convencido de que Lara de Alba está equivocado y Lara de Alba cree que Conejo Yepes está totalmente equivocado. Ambos saben que sólo ellos tienen razón.

Al Picao, paradójicamente, el temple precipitado y la vena desbordada de las miserias regionales no le aparecen con la política. Dice estar escaldado de los días de Felipe González y que jamás ha llegado a votar a nadie debido a lo del referéndum de la OTAN. Dice que le dan miedo todos y que si les escuchas, todos tienen razón en algo, y que por eso dan más miedo. Sin embargo, el Picao dice que entiende el éxito de Vox. Él lo atribuye a la postura ante la inmigración. Según el Picao, a los que votan a Vox no les gustan los inmigrantes. Especialmente los inmigrantes moros. Y con moros quiere decir que profesan el islam. Dice que nunca se adaptarán a las costumbres españolas. Los bares, las tapas, el choteo, … nunca serán de aquí, y eso es como tener a un invitado en casa. Nunca puedes salir en pelotas de la ducha cuando hay invitados. Nunca serán parte de la casa y siempre te sentirás incómodo. Si un inmigrante hace lo mismo que un español, se le considerará español, al menos entre las clases populares, que son las que votan de verdad, añade el alicantino. Don Aurelio agregó que a la gente le cuesta aceptar la multiculturalidad cuando implica perder parte de la esencia nacional que da sentido al estado-nación que es España. Ni siquiera funciona bien en otros países como Estados Unidos, cuyo origen es multirracial hasta cierto punto, así que ¿cómo va a funcionar en España en donde los negros o los chinos eran un toque exótico pintoresco hace unas décadas y no una realidad instalada en barrios y calles como lo son ahora? Además, dijo el Picao, existe la falacia de hablar del pecado y no del pecador. Unos tíos, en nombre del islam, se cargan a 200 de un plumazo y tienes que aceptar que esa religión no tiene ningún problema. Que misteriosamente en sus países de origen no respetan ningún derecho ni nada de lo que aquí es sagrado, pero tú tienes que transigir y aceptar que vengan aquí con la profunda idea de ser superiores, únicos y distintos, que, según como se mire, es lo que destila el mantenimiento a ultranza de sus costumbres. También hay zonas en muchas ciudades españolas que parecen guetos de las maras centroamericanas. Acojona pasar por ellas y te vitorean el coche. A fin de cuentas, añadió el Picao, no puedo culpar ni dejar de comprender que muchos españoles puedan llegar a que Vox, que promete un integrismo español a la medida del que traen muchos inmigrantes o soluciones asépticas y radicales para hacer frente a problemas visibles, sea la única opción que ofrece garantías de que España siga siendo de los españoles. Aunque sean los españoles de hace 40 años.

El día que hizo ese comentario, los cuatro, partida en pausa, orejas abiertas, no perdían comba. Manolín, dijo algo así como que para Vox todos somos sospechosos de no ser suficientemente españoles, da lo mismo el color, porque sólo cabe una idea de español que es la de ellos, a lo que Rafael saltó con un al menos no quieren finar los toros, con lo que a él le gustan los toros. «Ya, pero cada vez que pienso en Vox me vienen a la mente Falange y los años del hambre», añade Manolín. El Hilario replicó que a los votantes de Vox, los de Podemos les parecen también rojos de los que quemaban iglesias, pero que son tiempos distintos y partidos distintos, todavía no se sabe si mejores o peores. «Pero no esperéis chiste que no tienen gracia alguna los que he oído sobre ellos». El Carolo, meditabundo y con apariencia de haber barruntado bien lo que decir, soltó algo así como que lo que más votos les ha dado a Vox es lo de sacar a Franco del Valle de los Caídos. Que los muertos están mejor sin remover porque entonces empiezan a salir los fantasmas. Como no podía ser de otro modo, y confirmado que mi idea de que lo hace aposta, saliendo de detrás de las cortinas del salón de comidas, el suegro de Adolfo cruzó el bar en dirección a la calle sin soltar ni mu pero callando al personal. Acojona siempre.

El Guaja, al que se le erizó el vello como al que más, es de los que dice no haber votado jamás. Que como le gustan todos, pues que para no cabrear a unos, no vota a los otros. Y se ríe el mamón. Pero el Guaja, que se ríe de todo y que vive del humor, dijo un día algo que me llamó la atención. Tras un chiste malo, alguien dijo que los días de contar chistes como esos estaban contados. El Guaja, amargamente, asintió. Comentó que cada vez se encontraba demasiado descolocado en casi todos los sitios. Que sólo se sentía desinhibido en el Gengis y/o con conocida compañía. Se quejaba de que ya no podía uno decir chorradas sin temor a que hubiera una mirada sentenciosa entre la audiencia. Que antes alguien te decía que el chiste era malo, pero que ahora te miran diciéndote que el malo eres tú y te encasillan inmisericordemente en algunas de su fosas sépticas mentales. Que el humor irreverente había sido tabla de salvación y reconciliación en España más que cualquier otra cosa y que matarlo había apuntado a más gente a Vox que cualquier tema político. Que la gente estaba hasta las pelotas de que les pintaran como el malo de la película de la noche a la mañana. Que ellos estaban aquí de antes de que se inventara el cine. Que aunque sean malos tal vez alguien les quiera todavía. Que siempre han sido así y nunca han hecho mal a nadie. Que al menos nunca tuvieron mala idea. Que al final te obligan a tener que decantarte. O con ellos o contra ellos. Y pa cabrón, yo. Tal como ayer.

El Catalán, a la suya, dijo que, de todos modos, gane quien gane las elecciones, siempre tendrá que hablar con catalanes y vascos. Que sin ellos nada sale adelante. Don Aurelio ironizó que, tras cualquier diatriba política que pueda existir, esa es la mayor razón y problema de todos. Que una persona no es un voto en España. Que un vasco, un catalán o un castellano viejo tienen más poder que un andaluz o un murciano. O un alicantino, matizó el Picao. Don Aurelio dice que una gran mayoría de políticos está satisfecha con el reparto. Unos han creado el juego a su medida mientras que otros se han adaptado, aunque en todos saben que el juego está amañado. Que si miramos los votos del un español un voto, el panorama en el congreso sería muy distinto. Pero que nadie va a poder recabar nunca suficiente poder parlamentario como para buscar la creación de una ley electoral justa. A fin de cuentas los políticos actuales buscan una justicia que le venga bien a los que les han votado, no una que implique pegarse tiros en el pie. Hasta ahí podríamos ir a llegar. Una ley electoral justa sería probablemente la mayor revolución que podría sufrir este país, junto con otro buen montón de leyes que regularan la vida política. Con sentido común. Nada de purgas. Sólo acotar el espacio para la corrupción. Menos salarios vitalicios. Publicación de cuentas personales. Unas Cortes constituyentes, un repaso importante a la Constitución,… mientras lo iba diciendo comenzaron a crecer las risitas quedas para paulatinamente transformarse en carcajadas de lágrima que sacaron a Don Aurelio de sus absortas utopías quiméricas y tardaron varios minutos en extinguirse. No falla.

Recuerdo también un domingo de vermús en el que, como en casi todos los domingos de vermú, el Gengis estaba abarrotado. Los domingos Paqui prepara ensaladilla de gambas como la que solían hacer en la Nueva del Puerto en la Plaza Mina, soldaditos de Pavía, calamares a la romana, gambas con gabardina y alguna sorpresa en función de cómo esté el mercado. En mi casa ya aprendimos a no cocinar nada los domingos y hacer profundo examen de apetencia cuando se acaba el aperitivo. No pocas veces se empalma con la merienda.

Pues bien, en uno de esos domingos, como quien no quiere la cosa, se metió el feminismo entre las tapas y se armó la de San Quintín. Los hombres que trataron de hacerse los graciosos salieron escaldados, otros, entre los que me incluyo, seguían con avidez lo que fuera que estuviera pasando dos metros detrás de la televisión o tratando de ir al aseo lo más posible. La mayor parte de las féminas se movía en el terreno del sentido común, otras no veían razón para el cambio mientras que otras eran de militancia abierta y se enzarzaron en disquisiciones de altas voces con las contrapartes masculinas. Digno de olvidar.

A modo de resumen se oyeron cosas como el no, si hay cosas del feminismo que yo no comparto, pero otraas... ¿Quién quiere ser igual que los hombres si las mujeres somos mejores? Yo no me siento perjudicada en absoluto. Pues yo no echo para nada de menos los piropos. Pero ahora notas más recelo, a mi no me disgustaba un poco de flirteo. Lo que no hay derecho es unos cobren más que otras. Y la Manada ¿qué? Y la violencia de género, no hay derecho a que el desgraciao que ya había amenazado a su ex 10 veces estaba en la calle y se cargó a la mujer y los hijos ayer. Pero no es cosa contra las mujeres, es violencia en general. Que si esta ley, que si la otra. Que si la regla. Que las quejas. Que yo me quedaría en casa si pudiera. Ahora resulta que todos somos violadores y abusadores. Todos los hombres son iguales. Las instituciones. La paridad. La genética. Yo quiero las mejores personas, no mitad y mitad de mediocridad. ¿Si todas las mejores son mujeres, debo poner a la mitad de hombres? El patriarcado.

En lo más encendido de la discusión alguien trató de meter a Paqui en la conversación y le preguntó que qué pensaba del patriarcado que dominaba el bar, pero sabia y ocupada, Paqui arregló el tema con un dejadme en paz que estoy muy liada u os va a freír los calamares el patriarcado aquí presente, dijo con un toque de cabeza apuntando a un Adolfo que miraba a la concurrencia con cara de allávosotros.

Cuando le pregunté a Jodini, hombre en perpetua huida de la dominante femineidad que impera en su matriarcal hogar, qué opinaban las chicas de su casa me dijo que en realidad no lo sabía bien pero que había enseñado a su perro un truco nuevo. Me comentó que a un chasquido de lengua el perro iba a por la cadena y, trayéndola en la boca, se ponía a plañir en su regazo con aspecto de implorar por un paseo al parque. Entonces él ponía cara de no me queda más remedio y obtenía la venia de largarse. Selló la conversación con un «me da a mi que Vox tiene mucho de mi truquito». Me da a mí que sí.

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