El presidente de los Estados Unidos tiene un lugar privilegiado en este panteón porque ¿quién puede decir algo bueno de Teodoro Roosevelt que no sea estadounidense o ignorante? Obviamente, hablo de su faceta pública no de la privada. En casa podría ser un ángel bendito tal y como lo es una leona que amamanta un cachorro justo antes de abrir la garganta de un antílope a dentelladas.

El patriarca de la dinastía reúne todas las características de eso que se ha dado en llamar la pesadilla americana. Entre sus más destacadas aportaciones se encuentra la doctrina del Gran Garrote, que consiste en mantener implícita la amenaza de invasión, ataque o represión violenta en cualquier negociación que los Estados Unidos lleve a cabo. Les ha funcionado y les sigue funcionando, aunque los más ingenuos de sus ciudadanos sigan creyendo que todos los países les adoran porque son un dechado de virtudes que todos quieren emular.

Si eres un estadounidense de pro con más tragaderas que la presa Hoover pues seguro que el cazaelefantes te parece fetén, pero si eres español, colombiano, chino, japonés, por decir algunas nacionalidades, deberías estar mentando su progenie cada vez que te acuerdes de él, porque no dejó de apretar la soga cuanto pudo.

El chulo debió odiar a los españoles profundamente porque, amparado en las fake news cocidas por su correligionario Hearst, se lanzó a una carrera por hundir en la miseria al exiguo ejército colonial español en Cuba y Filipinas, por si ya no tenía bastante con la que estaba cayendo en casa. Toda una exhibición de hostigamiento, carroñería y voluntad invasora que sentó cátedra en la forma de actuar del gobierno de su nación en el siguiente siglo y pico. Todo un visionario.

También se inventó y titereó Panamá para poder hacer y deshacer en el canal a gusto, poner el garrote y no tener que compartir la tajada con terceros. América para los estadounidenses como pensaban todos los que reinterpretaban a Monroe.

No satisfecho con las hazañas, prohibió la migración china y japonesa (eso en mi casa se llama racismo) y organizó un tour de la selección nacional de muerte y guerra para acojonar al personal, que pronto se coscó de qué madera moral estaban hechos los yanquis.

Por todos estos logros y muchos más se le otorgó el Premio Nobel de la Paz (honorable miembro de este panteón como se puede leer aquí).

Su cara está estampada en un monte en su país que fue usurpado a los aborígenes, esos mismos aborígenes sobre los que Teodoro Roosevelt dijo: «El único indio bueno es el indio muerto». Como decía, su jeta está medio escondida entre otros presidentes en Monte Rushmore para que sus habitantes tengan siempre presente las villanías que cometió y no se vuelvan a repetir jamás. No sus riaís, joder.

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