Principio y final de la literatura universal. Escribir algo nuevo sobre Don Quijote es imposible, tratarlo como un producto obsoleto es estúpido, intentar no sentir el pellizco que produce su memoria es vano.

Don Quijote es la mejor novela que se ha escrito hasta el momento por una buena ristra de razones, pero desde un punto de vista algo solipsista, es porque no he leído nada tan bueno nunca. Hay grandes novelas que pueden mirar al Quijote de frente, aunque a la larga, probablemente bajen la mirada antes.

Quizás la principal razón por la que adoro el Quijote es porque me supo manipular totalmente. Me llevó de la risa más gloriosa y desenfrenada a rozar las lágrimas, todo ello con un tempo exquisito. Aprecié la simpleza y benigna naturaleza humana malviviendo entre la mezquindad y los prejuicios de la otra humanidad. Y al mismo tiempo, la brutalidad de la ignorancia y la benevolencia del sabio. Todo en un sólo libro.

Reíme de las locuras de la primera parte para asquearme de los abusones de su cordura en la segunda, y reconocerme loco y abusón, pasivo, conmovido y compasivo. El Quijote no me abrió los ojos a la naturaleza humana. Me la puso en los morros y me hizo mirarme al espejo. Y me hizo ver que el interior de muchos no ha mudado apenas en estos cuatrocientos años.

Recuerdo haber despertado con mis carcajadas a mi madre que dormía al otro lado de la casa mientras leía el episodio de Maritornes. Recuerdo la rabia que roía mi interior ante las injusticias a las que se tenía que enfrentar. Y es que después de tantos años, el recuerdo de estar leyendo esa novela sigue intacto. Recuerdo devorarlo sin control e ir soñoliento a la escuela al día siguiente con una sonrisa interior o meditabundo y cabizbajo.

Sólo lamento no poder leerlo otra vez por primera vez. Qué suerte tienen algunos.

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