¿Quién en este mundo no es un poco sicolojeta? ¿Quién no se ha dado a especular sobre los orígenes atávicos de actitudes pasmantes? A veces por justificar que la pobrecita no tiene más remedio que ser así porque lo pasó fatal con aquello. Otras para sentenciar que al gilipollas ese se le arreglaba la tontería con dos hostias bien metidas. De cualquier modo es difícil encontrar a alguien que no haya solazado en el sicoanálisis de barra o velador poniendo en solfa la paja en el ojo ajeno sin atisbar la viga en el propio. Es humano. Parte sustancial de las relaciones cotidianas. Yo soy sicolojeta y me cuesta dar en la cabeza con alguien que no lo sea, en mayor o menor medida. Quien más y quien menos analiza siques de masas, del vecindario, del vecino, de la familia, del cuñado, de la suegra o del amigo y de la compañera de trabajo. Cada uno pone en el diván imaginario a quien le apetece y lo tuesta al calor de los clichés que su educación le permite. Pero yo vengo a hablar aquí de un profesional del sicolojetismo. Uno que, gracias a Freud, ha llegado a ser asiduo de la Cerve.

El Sicolojeta no le hace ascos a nada. Ha diseccionado una por una las personalidades de la concurrencia con palpable acierto tautológico y no se ha arredrado con los distintos sesgos de la población lanzándose alegremente a la analítica cribada por géneros, edades, tendencias  de estilo de vida, pudencia económica o radicación. Todo ello por la patilla.

Si el Sicolojeta es sicolojeta es porque no es serio. Si pretendiera serlo sería otro soplagaitas más. Pero él mismo reconoce que sus ponderaciones carecen de cualquier rigor profesional. Admite que no probablemente está equivocado en todo. Pero cuando la concurrencia comienza a chamuscar un tema, el Sicolojeta no lo puede evitar. Tiene que meter baza …  a su estilo.

La culpa la tiene un librejo de lomo fino y anónima madre que encontró en la cuesta de Moyano por 150 pesetas, como desvergonzadamente narra, poniendo cara de haberse hecho con un Lamborghini por cincuenta duros. Esa cara es la única prueba de que tal libro exista, porque nadie lo ha visto jamás ni ha podido encontrar otro ejemplar. Dice el Sicolojeta que el tratado está intitulado «Psicoanálisis para todos» y que es un compendio de las mejores técnicas de sicoanálisis y ofrece las claves para destripar cualquier «sociopatía, manía, rareza o hijoputez» en 98 páginas.

El Sicolojeta cita el libro con verborrea enfermiza en cada diagnóstico, para demérito de la psicología, la literatura e incluso la propia autoayuda. Suelta freud en en lugar froid, jung and lugar de yang y dice que los divanes son para las series de televisión. Que un buen sicólogo puede analizar cualquier cosa en cualquier momento y situación. Nadie sabe de dónde ha sacado esa visión aventurera de la profesión, aunque todos sabemos que intenta integrarse en el gremio sin tener que ponerse gafitas de psiquiatra ni barba recortada. Y siempre que puede coloca la frase que atribuye a Freud: «Las analogías no demuestran nada pero dan buen rollo o molan o algo así».

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