Uno de mis pasatiempos favoritos es vagabundear por la Wikipedia. Ayer mismo, leyendo Una breve historia del tiempo (en papel) me crucé con no sé qué término que me llevó a pensar en Descartes. Enseguida entré y me zambullí en la obra y vida de Renato en menos que canta un gallo. Si internet se tuviera que salvar por algo, la Wikipedia tiene todos los boletos para ser la campeona. Pero en lo que a mi me toca, sólo puedo decir que la cabra tira al monte o que de casta le viene al galgo. O que no hay nada nuevo bajo el sol.

Porque desde joven, mis notas escolares nunca fueron mejores por culpa de la Larousse. Yo comenzaba a estudiar, me surgía una duda, abría la Larousse y cuatro horas más tarde la duda seguía allí, pero ya sabía un poco más sobre los visigodos, dónde está Vanuatu, qué significa verbigracia y otra ristra de conocimientos de poco valor práctico pero que a la larga me proporcionaron una sólida posición a la hora de jugar al Trivial Pursuit, a alto el lápiz, hacer crucigramas y autodefinidos e ir sólo un tomo por detrás de los concursantes de Saber y Ganar. Así que el saber siempre ha sido un obstáculo para mi conocimiento, porque tal vez no ocupe lugar, pero ocupa tela de rato.

Pero el Diccionario Enciclopédico Larousse, que así es como se llamaba oficialmente, me trae recuerdos de cuando mozo que van más allá de sus páginas.

Andaba yo en algún punto del segundo ciclo de la EGB cuando mi padre decidió comprarla. Mi hermana y yo íbamos creciendo y necesitábamos tener una referencia en casa para ayudar con los deberes, a medida que estos se iban a ir complicando. Una enciclopedia costaba un riñón, pero milagros de la mercadotecnia de los 80, casi cualquier cosa se podía comprar a plazos, todavía se fiaba en los comercios de barrio y las enciclopedias se vendían dickensianamente por fascículos. Así que, una tarde de otoño, fuimos a una papelería, que junto con los kioskos era donde mayormente se distribuían los fascículos, y mi padre se suscribió a la Larousse (si él lee esto, me podrá decir si eran semanales, mensuales, o cuanto costaban).

Comenzamos a comprarla y a encuadernarla a medida que los tomos se iban completando. Sin embargo, creo que a la altura del tomo tercero, requiebros del destino nos tenían preparada una sorpresa. La empresa donde trabajaba mi padre empezaba a hacer aguas. Durante unos años de incertidumbre marcados por desfalcos, manifestaciones, peticiones de clemencia, indignación, decisiones judiciales, huidas en masa y otros ingredientes amargos, la gran Manufacturas Metálicas Mediterráneas, donde mi padre trabajaba, cayó.

Pero como cualquier gigante que colapsa, MMM retumbó en su caída. Los trabajadores, aferrados a la convicción de que el modelo de negocio era viable, se enrocaron en un proceso judicial para poder hacerse con el mando de una empresa en la que la dirección había pegado una espantá taurina. Para poder aspirar a ello, tenían que renunciar a la indemnización del despido y al cobro del subsidio por desempleo que proponían las autoridades. La aceptación del despido implicaba la asimilación de la disolución de la empresa. Así que, mientras el proceso judicial no dictaminara una resolución final, los trabajadores denunciantes no cobrarían ni un duro.

Esto significó un año y pico de ajustes. Los regalos de Reyes fueron más modestos, el chándal y las zapatillas nunca fueron de marca, mi madre estaba embarazada y los abuelos tuvieron que echarnos un cable con capazos de la compra y otros cables. Fueron algunos de los años más felices de mi vida. Nunca albergué la sensación de carencia. Al contrario me sentí más unido a mi familia. Era parte de un equipo en el que todos teníamos que apechugar. Mi hermana recién nacida fue una alegría inmensa que vino a añadir más amor a la casa. Y sin embargo, tuvimos que detener la compra de la Larousse.

Creo recordar los tres tomos encuadernados en mi estantería durante algunos años. No sé cuántos. Recuerdo tener la sensación de que se quedarían así para siempre. Al fin y al cabo, yo tenía la experiencia de mi eternamente inacabados álbumes de estampas. Cada septiembre la liga, a mediados de curso los dibujos animados de turno, el ciclismo, recuerdo uno de música pop en el que me salió repetida la estampa de la ELO como diez veces, … ni uno acabado. Así que veía la Larousse como otro álbum que no se iba a acabar.

Pero los vientos cambiaron de nuevo. La justicia concluyó el caso, mi padre volvió a trabajar y poco a poco recuperamos poder adquisitivo. Mi padre, en otra de las innumerables lecciones que da sin necesidad de tener que abrir la boca, retomó la enciclopedia y la concluimos y encuadernamos, fascículo a fascículo y tomo a tomo. La enciclopedia se encuentra ahora durmiendo en algún rincón de casa, sin haber sido abierta desde hace décadas, pero atesora muchos más recuerdos y vivencias que lo que cuentan sus página.

Artículo anteriorTiriti Trump Trump Trump
Artículo siguientepaternIAlismo
Cosas de Viejo
De vocación sus labores, este viejo podría haber hecho algo de provecho si no hubiera sido él mismo. Podría haber sido el peor de los periodistas si no se lo hubiera propuesto. Podría haber sido un gran hombre de ciencia si la inteligencia, el talento, la tenacidad y una mente despierta le hubieran acompañado. Podría haber sido un artista si hubiera gozado de la impostura. Es por eso que es arduo poner notas biográficas de quien apenas ha vivido.

2 COMENTARIOS

  1. Me has hecho recordar tiempos de zozobra en nuestras vidas que ahora parece tan lejanas y que vivimos-sufrimos todos juntos
    Enhorabuena, maravillosos

Responder a Oscat el Viejo Cancelar respuesta

Comentario
Nombre