La segunda mesa a mano derecha cuando se entra a La Cerve solía estar ocupada de 5 a 7 de la tarde por cuatro individuos parte del núcleo duro de la concurrencia. Instigadores de polémicas agrias, despreciadores inmisericordes de sentencias lógicas y la viva imagen de la discordia. Esa ancianidad de matiné representada por venerables abuelitos de barbas blancas y voz reconfortante pasó de largo de estos tipos. Eran, y esperemos que tras el hiato del coronavirus lo sigan siendo, los más viejos del bar, con excepción del loro Gengis, y todos siempre hemos pensado que, o el loro lo ha aprendido todo de ellos, o viceversa.

Solían llegar a las 5 de la tarde todos juntos. Como si se tratara de chavales de colegio se llamaban unos a otros al timbre del portal y llagaban enzarzados en alguna discusión fuerte que se desvanecía en cuanto el Hilario decía «Buenas tardes a todos, Adolfo, lo de siempre y una baraja que hoy tenemos cuerpo de mus» o algo por el estilo.

El Hilario huele a barbería de las de antes. Talcos, masajes y colonias que se podrían adivinar a leguas de distancia. Varón Dandy, Floyd, Old Spice … como un buen vino, su aroma tiene reminiscencias de varias esencias ensenciales. Es el más campechano de la cuadrilla, el que mejor cuenta los chistes y el que tiene la risa más contagiosa e incontenida.

El Carolo, otro de los integrantes, lleva con achaques toda su vida, es el más callado y siempre parece estar rumiando algo inteligente en la cabeza. Sin embargo, cuando abre la boca sólo dice chascarrillos y estupideces, como él mismo admite. Otro tipo de comentarios de su cuño y letra suele ser «¿Sabéis quién se ha muerto? El padre de Antonio el del Kiosko». Esa es la razón por la que el apodo Esquelas suena más que el nombre de Carolo.

Manolín, es un huérfano de la guerra civil que tiene grabado a fuego los recuerdos de su infancia en un hospicio. De su paso por el orfanato le han quedado dos cicatrices. Una es la incurable necesidad de hacer trampas a cualquier juego, para enfado de sus compañeros de mesa. La otra es una coletilla con la que resuelve cualquier discusión: «¿Vosotros qué vais a saber si en la vida habéis pasado hambre?» ¿Qué se puede decir ante eso?

El que cierra el grupo es el Rafael. Gallego y fanático de los toros. Lo de los toros, que no casa mucho en su Galicia natal, le queda de un tiempo en el que estuvo trabajando en un freidor en San Fernando, Cádiz. De su pasión por lo toros se le han quedado un montón de frases de toreros que dispara sin compasión, entre sus favoritas, «cada uno es cada uno.»

Los cuatro ocupan su mesa unas tardes con mus, julepe, pocha o marufo, otras con dominó y las menos con dados. Eso sí, una buena discusión provoca pausa o suspensión inmediata de la partida. Nunca se alinean los cuatro en el mismo bando y no importa lo acalorada que se torne, a las siete Hilario suelta tras una socarrona mueca «Adolfo, dinos cuánto se debe que aquí sobramos». Maestros.

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