No puedo decir que la vejez tenga parte en que me agrade un amplio espectro musical. Tampoco ha ayudado a que algo que me causaba repulsión con 15 años me agrade ahora. Ni soy un forofo de géneros. No todo el rock me gusta, por ejemplo. Sólo me gusta el que me gusta y para gustos los sonidos, que diría el ciego.

Entre aquellos géneros que siempre me han gustado está la ópera. Algunas óperas. He de admitir que conozco muy pocas. Casi siempre por accidente. Y entre todas las que he escuchado me quedo con La bohème de Puccini. En concreto con el primer acto (he tenido que buscar en la Wikipedia si se dice acto, pa botón de mi ignorancia en la cuestión).

Así como quien no quiere la cosa un amigo me animó a acompañarle a verla a un teatro. No recuerdo la compañía que la interpretó, creo que era italiana. Pero recuerdo la sensación del primer acto. Esa sensación de tener las lágrimas asomadas al balcón de los ojos y oleadas de erizamientos a medida que los tenores y sopranos atacaban la obra. Dios mío. Pocas sensaciones se igualan a ese éxtasis que me transmite la música y que es transversal a casi todos los géneros que me gustan.

Tras el teatro vagabundeamos por la ciudad llevados en alas de algo mayor que nosotros mismos. Conmovidos. Sin palabras, pero sin dejar de hablar. Hay palabras que se enredan entre las sensaciones que las paren y allí se quedan gozando del lío. Sólo ansiábamos llegar a casa para adivinar el modo de conseguir una copia, la mejor copia, lo antes posible. La que yo obtuve estaba interpretada por María Callas en el papel de Mimí. Las sucesivas audiciones fueron desplazando mis gustos hacia las dos arias magnas que habitan la primera parte de la obra. La de Rodolfo y su Che gelida manina y la de Mimí y su Mi chiamano Mimí. Tiempo más tarde conocí la versión de Luciano Pavarotti, cuyo vídeo podéis ver abajo.

Esas dos arias rebosan aje. Definen la divinidad sin nombrarla. El momento en el que el tenor ejecuta el do de pecho es inmaculadamente perfecto, inalcanzable, violento, bello e inmortal. Especialmente en la trémula y transida de belleza voz de Pavarotti. Los versos de la soprano dibujan en el aire. Son un museo vivo y vibrante con techos de cristales transparentes en los que la nieve se derrite al contacto. No sé cuantas veces he llegado al final del aria para volver a escuchar ambas. No sé cuántas veces he llorado de placer.

Sólo puedo sentir gratitud por los que la compusieron y la cantaron. Gracias.

Atentos a cómo aplaude el público cuando Pavarotti se marca el do de pecho.
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Cosas de Viejo
De vocación sus labores, este viejo podría haber hecho algo de provecho si no hubiera sido él mismo. Podría haber sido el peor de los periodistas si no se lo hubiera propuesto. Podría haber sido un gran hombre de ciencia si la inteligencia, el talento, la tenacidad y una mente despierta le hubieran acompañado. Podría haber sido un artista si hubiera gozado de la impostura. Es por eso que es arduo poner notas biográficas de quien apenas ha vivido.

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