Pue paecer polo dicho en esta seción anteriormente que La Cerve está llena de inteletuales de altas miras. Pues no. Hágase a la idea, este no es el Café Gijón ni pretendelo quisiera. Don Aurelio es la cima de nuestro intelecto y eso que nunca pasó de maestro de escuela, con todo lo que ello implica. El resto tira de sentido común o de sinsentido dependiendo del aire que sople ese día y en ese tema. Parte de esa masa quisquillosa que hace bulto y murmura cuan chicharra destacan … no, no destacan, se integran pendencieramente Conejo Yepes y Lara de Alba. Esta pareja de dos se complementa y mortifica a partes iguales y son padres de algunos de los litigios más batallados ante la atenta mirada del loro Gengis.

Conejo Yepes es funcionario. Mejor dicho, es EL FUNCIONARIO. Nunca le hemos puesto ese mote porque llamarse Conejo Yepes de apellido ejerce una fuerza devoradora que más quisieran para sí muchos agujeros negros. Pero aunque nunca le hemos puesto ese mote, Conejo Yepes es el funcionario por antonomasia. De mostrador. De tres bajaditas al bar por jornada para su café con porras, su café con pincho de tortilla y su caña con tapa. En sus frecuentes visitas al bar tiene tiempo para leer sus cuatro diarios diarios: uno deportivo, uno de derechas, otro de más derecha todavía (por contrastar dónde está la derecha) y uno económico (por saber hacia dónde irá la derecha). Conejo Yepes es de salida al mercado a media mañana para comprar fresco porque es delicado de estómago. Entró enchufado, como nos ha contado en petit comité a algunos, gracias a un tío que tenía mano en dirección. Metió la cabeza y cuando se pudo se le hizo la oposición pa meter el resto del cuerpo. Conejo Yepes tiene un negociete aparte debidamente disfrazado a nombre de su mujer y está cabreadísimo del sistema que le han impuesto para bloquear Facebook y otras cosas de internet en el trabajo. Cuando lo hemos visto en la oficina donde trabaja, siempre le hemos oído su frase buque insignia: «Veeeenga, que no tengo todo el día.»

Lara de Alba es sindicalista. Mejor dicho, es EL SINDICALISTA. Nunca le hemos puesto ese mote porque llamarse Lara de Alba de apellido es una tentación a la altura de rimar veinticinco. Pero aunque nunca le hemos puesto ese mote, Lara de Alba es el sindicalista por definición. De carpeta de plástico en el sobaco y bolso de cuero. De tres bajaditas al bar por jornada para su café con porras, su café con pincho de tortilla y su caña con tapa. En sus frecuentes visitas al bar tiene tiempo para leer sus cuatro diarios diarios: uno deportivo, uno de derechas, otro de más derecha todavía (por contrastar los desvaríos de la derecha) y uno económico (por saber qué nuevos desaguisados está componiendo la derecha). Lara de Alba es de salida secreta a media mañana solo él sabe para qué. Unos dicen que se entiende con una casada, otros que un fisio le tiene que arreglar la espalda todos los días. Pero nadie sabe qué hace ni tiene ganas de seguirlo para hallarlo. Entró enchufado, como nos ha contado en petit comité a algunos, gracias a una tía que tenía mano con un ex-secretario. Metió la cabeza y cuando se le iba a despedir se hizo sindicalista. Lara de Alba, que no había sentido el más mínimo interés por el sindicalismo o la política hasta entonces descubrió lo convincentes que eran los postulados obreristas. Especialmente si se colocaban entre él y todos aquellos que lo habían tratado de despedir. También descubrió con placer las horas sindicales. Su frase buque insignia, que esparce sin miramiento allá donde va es: «Esto no puede seguir así.»

Como no podría ser de otro modo, Conejo Yepes y Lara de Alba (ojo a la resonancia a grande de España que tiene la combinación de ambos apellidos) se odian a muerte. No es un odio nacido de traiciones o desavenencias producto de la convivencia. Es auténtico y puro odio a primera vista.

Siendo de los parroquianos más añejos de la barra y mayormente los que dan vida a la Cerve en las mañanas, Adolfo siempre cuenta el día en que se conocieron. Estaba Conejo Yepes tomándose su preceptiva tapa pre-salida siguiendo atentamente los comentarios de un político cuyo nombre felizmente se ha perdido en el océano del olvido cuando entró Lara de Alba. Lara de Alba miró la tele y dijo algo como pfffff, esto no puede seguir así al tiempo que Conejo Yepes soltaba un por fin alguien se atreve a decirlo. Lara de Alba replicó con un no tienes ni idea de lo que estás diciendo que este nos lleva a la ruina, interpelado por un me parece que el que anda en Babia eres tú, rico. Se desató entre ambos una furibunda lucha dialéctica no carente de atontaos, listos, andayás y amosandas. Tras una variopinta sarta de improperios y descalificaciones Lara de Alba preguntó a Conejo Yepes si tenía fuego. Conejo Yepes le dio fuego mientras Lara de Alba sacaba un pito y se lo ofrecía a Conejo Yepes que dijo Adolfo, dos cañas más, por favor. Adolfo, perplejo por el colorido embate y posterior tregua asumió lo que cualquiera hubiera asumido.

—¿Ya os conocíais?
—¿A quien, al bolchevique este, nunca lo había visto antes? Se salva porque es del Real Madrid, que si no.
—Soy del Madrid porque entiendo de fútbol, hay otros que son del Madrid porque les gusta subirse al carro ganador.
—Veenga, no lo dirás por mí.

Adolfo y el loro Gengis (como Adolfo nos ha narrado en muchas ocasiones) no podían creer lo que estaban presenciando. Desde entonces pocos días faltan a su cita con la bronca y no hay ocasión en la que uno no pregunte despectivamente por el otro si no lo encuentra en el bar. El loro Gengis los adora y ha hecho suyas las expresiones Veeeenga y Seguir así. Y como el rumor incesante de la lava en un volcán activo nació, al calor de su fuego destructor, un odio que duraría para siempre. Ya se sabe que los que se pelean se quieren.

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