Actividad eminentemente altruista que persevera en el esclarecimiento de la verdad y la difusión desinteresada de información útil.
Está el periodismo integrado por un conjunto de profesionales de sólido y probado trasfondo cultural e inquebrantable basamento moral. Su principal aspiración y motivación es desfacer entuertos, hacer el bien por doquier y evitar el mal cuando se puede.
El periodista huye de la vida fácil, de la ambición y de la hipocresía, y sólo busca para sí mismo la gloria por la senda más escarpada y hostil.
Son los periodistas, y los medios de comunicación para los que hace sus funciones, intachables en su proceder. Es el objetivismo y la exhibición de datos extraídos legítimamente la principal fuente del periodismo. Temiendo el implacable látigo de sus audiencias, los periodistas confeccionan historias basadas en el más puro rigor y adhiriéndose a rígidas normas estilísticas y deontológicas.
El periodismo también ha sabido solventar cómo afrontar aquellas historias que fuerzan a los periodistas a navegar en las pútridas aguas del subjetivismo. Tras sesudas sesiones de debate filosófico han alcanzado el conocimiento de verdades axiomáticas desde las que aleccionar a las gentes desprevenidas.
Hablan los medios y sus periodistas siempre desde el conocimiento y la reflexión, y consienten en contenerse y no proclamar conjeturas para evitar el pánico y el escarnio.
Son adalides de la independencia y no hay circunstancia económica o ideológica que mude su labor divulgativa.
Ya sea criticón de palacio, boletinero de farmacopeas, probador de encantos, vocero de maitines, pregonero en balcones o amanuense digital, todos los periodistas son iguales. Porque al fin y al cabo, el periodismo vive, trabaja, respira y lucha por la verdad. La única.
O no.