La otra Fini

La Mala V

Y tras haber dado un repaso a lo que era Fini para mi o lo que yo conocía de ella, volvamos ahora al recuerdo de aquella primera conversación que había tenido con mi hija y mi mujer sobre Fini. La charla y mi propósito habían caído en el mohoso rincón de los recuerdos que van y vienen en el momento más intempestivo. A pesar de que había declarado mi intención de preguntar a Fini por su supuesta vida misteriosa, nunca lo había llegado a hacer. Ya he dicho antes (creo que varias veces), que por lo general no me gusta meterme en la vida de los demás ni violentar al personal con preguntas homónimas, así que, aunque había coincidido con ella en varias ocasiones, siempre me había tragado la idea o simplemente no me había venido a la cabeza. Hasta un domingo de comida familiar en el que celebrábamos mi cumpleaños.

Al sarao había asistido toda la turbamulta familiar que, tras el copioso banquete y reglamentario soplado de velas, se había ido disolviendo. Como a las 7 de la tarde sólo quedábamos a la mesa en animado cotorreo mi mujer, mi Maricarmen, Fini y un servidor, embotados los sentidos y el decoro a falta de la necesaria siesta y los efectos del cava. Alternando chismes con chistes y recuerdos memorables con intrascendentes iba pasando la tarde cuando, en un momento de silencio tras una anécdota, mi mirada quedó extraviada en Fini mientras el ascua de su vida misteriosa se apoderaba de mi imaginación. Fini se percató al punto y en su dulzura me preguntó si sucedía algo.

—Nada malo —dije yo—. Es sólo que el otro día charrando con las aquí presentes descubrí que eres luz y guía del feminismo local.
Tras una risita justa, la madama inquirió —¿y cómo se come eso?
—Na, que las mozas aquí el otro día me contaban que eres su ídolo, y yo, dándole vueltas a la cuestión desde hace semanas, no es que me sorprenda de que lo seas, sino que me pongo a pensar que en realidad te conozco bien poquito. Vamos, que creo que te conozco bien, pero luego Maricarmen no me quiere contar por qué eres su ídolo, mi mujer mutis, y se me queda cara de pez pensando que hay algo que yo no sé, que me estoy perdiendo. Pero escucha, no es que quiera meterme donde no me llaman. No te estoy pidiendo que me cuentes nada. Sólo me he puesto tonto de cumpleaños.
—Mmm, lagartas —respondió gastando una mirada de rencor fingido a las muchachas—. Hablando a mis espaldas ¿eh? No habrá perdón para vosotras. Sólo infierno. En serio, te podría decir que el misterio no es para tanto, pero me imagino que otraaaaaas no opinarán lo mismo. Pero por abreviar te diré que básicamente un buen día me cansé de ser la tonta y me puse a hacer lo que quería. Y no me puedo quejar.
—Toma ya —me reí.
—Eso es parte del secreto. Pero vamos, Maricarmen y Carmela te pueden contar lo que saben. Les doy permiso. Así no tendrán que ir hablando a mis espaldas como comadres.
—¿De veras? —preguntó mi mujer, Carmela—. ¿Tooooodo?
—Lo que creas conveniente y decente, por su puesto. Por favor, me lo conozco, y si no se lo contáis podría retirarme la palabra, o lo que es peor, la paella. En serio, hay confianza, si no te he contado nada —me miraba a mí ahora— es porque no ha habido ocasión, pero no tengo secretos para ninguno de los que aquí estamos.

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