Mi Fini

La Mala II

Pero antes de continuar, permítame el lector dar una rápida descripción de lo que había sido Fini para mí hasta ese momento. No creo posible justificar la narración de esta historia si no se tiene una imagen de la percepción que yo había tenido de ella hasta entonces y cómo la noticia de su excepcionalidad había espoleado mi curiosidad.

Fini, efectivamente, era la mejor amiga de mi hija desde hacía un porrón de años. No desde la más tierna infancia, pero sí desde el bachillerato. En el instituto congeniaron y comenzó una amistad que todavía dura. Maricarmen la invitaba a casa con frecuencia y a medida que fue creciendo Fini se fue convirtiendo en amiga de toda la familia.

Siendo consciente de que el tiempo ha ido adornando mis recuerdos con arrugas y cicatrices, la Fini que creo poder perfilar en esos inicios era una muchacha marcadamente tímida, con una sonrisa dulce y natural en su gesto, aguda en los comentarios, de maneras impecables y siempre atenta a los demás. Cuando alguien gastaba alguna broma de calidad, Fini se reía amortiguada pero juiciosamente. Ese tipo de risitas que dicen lo he pillado y es bueno.

Ocultaba la mirada en su flequillo cuando consideraba que la conversación no iba con ella o le causaba rubor, pero no perdía comba en cualquier debate de enjundia. Siempre cabal, sí.

No le dejábamos ayudar en nada porque en casa somos así, aunque ella siempre lo intentó durante esos primeros años, acabando por trocar sus vanos conatos en postres, bebidas y su todos sentados que yo preparo el café. Y conoce al dedillo cómo le gusta a cada cual. Hablando de postres, los bocaditos de nata no sé de dónde los sigue sacando pero están tremendos.

Añadido a todo ello, Fini era y sigue siendo una detallista innata. Si hablabas de un disco o un poema, el día más inesperado se presentaba en casa con el libro o el disco y un pasaba por la tienda, lo he visto y me he acordado de ti. Es el tipo de cosas que siempre me han maravillado de ella y las lleva haciendo desde aquellas primeras veces.

Así que siendo una más de la casa desde hacía más de cuarenta años Fini no había faltado a cumpleaños, bodas y jaranas variadas de la tropa. Incluso había pasado alguna que otras vacaciones con nosotros y siempre nos visitaba en Navidades. Siempre un encanto.

Con el paso de los años, la madurez había relajado su timidez, aunque seguía siendo callada cuando había extraños a la mesa, pero tremendamente divertida y ocurrente cuando desinhibida. Siempre me hace gracia verla con los colores subidos cuando conseguimos que se tome un par de moscateles de Chiclana a los postres. Nunca se ha llegado a acostumbrar al alcohol creo yo.

Ese era el carácter de la Fini que yo solía conocer.

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