Perdóneme el lector

La Mala I

Perdóneme el lector que no sea más que un escritor fulero, ni tenga la capacidad de poner mis palabras a la altura de la historia que voy a intentar contar. He sido tal vez un apasionado diletante que ha disfrutado escribiendo sus cosillas, pero llamo a la indulgencia del ojo crítico del lector en el caso de que encuentre fallas de forma y fondo. No lo achaque a otra cosa más que a mi falta de habilidad e inexperiencia en la materia.

Bueno, el caso es que yo siempre he deseado ser autor de un libro. No por dedicarme a ser escritor a tiempo completo sino porque siempre me lo he pasado teta urdiendo historias y poniéndolas en el papel. Sin embargo, adolezco de una total falta de perseverancia y dirección que considero necesarios para llevar la empresa de escribir a buen puerto. Siempre he acabado perdiéndome en la enredadera de mis pensamientos. Se me ocurre un inicio brillante que siempre se me diluye entre un mar de continuaciones. O algún evento puntual de la vida cotidiana me hace olvidar los buenos propósitos. Supongo que, en definitiva, nunca he tenido los mimbres necesarios para escribir un libro, aunque siempre me ha complacido imaginarme a mi mismo siendo capaz de haber acabado uno.

Pero como el azar o el destino siempre nos deparan alguna sorpresa, un buen día, casi sin darme cuenta, me vi poniendo en letras una vida. La vida de Fini.

En el sopor de una sobremesa en familia nos encontrábamos mi hija, mi mujer y yo enzarzados en los típicos dimes y diretes de la sempiterna guerra de sexos, sazonada en tiempos recientes con el nuevo feminismo, el nuevo machismo y los que en mayor o menor medida no se toman, o no se tienen que tomar, la vida llevada a los extremos.

El caso es que listando y lisonjando mujeres consideradas buques insignia del feminismo mi hija mencionó que para ella su modelo a seguir era Fini.

—No es que sea especialmente feminista, al contrario, probablemente sea todo lo que las feministas odian en las mujeres, pero lo que ha tenido que superar y cómo afronta la vida son de ole. Vosotros no conocéis a la verdadera Fini, bueno, mámá la conoce más, pero tú no sabes nada —decía mi Maricarmen subiendo y bajando las cejas a toda velocidad como sólo ella sabe hacer, provocando nuestra risa mientras me hacía tragar mi interpelación alzando su mano a la altura de mi cara mientras profería un— aaaaaah, ¡no me preguntes! Sabes que es mi mejor amiga, así que para cotilleos busca a otros. Mis labios están sellados. Pero sí, la vida de Fini da para un libro, una película o una serie de televisión, ji ji ji, y ahora a rabiar, cotilla.
—Para el carro carretero. ¿Me quieres decir que Fini, nuestra Fini, tiene una vida apasionante a lo Mata Hari o a lo Ava Gardner o lo Madame Curie o a lo Florence Nightingale, o estamos hablando de algo más prosaico? —pregunté de todos modos.

Maricarmen hizo el gesto de la llavecita cerrando la boca con una maligna sonrisa en los labios. Yo miré a mi mujer mientras jorobaba los hombros y ponía cara de ditualgo, a lo que ella me largó un pregúntale a Fini si tienes tanta curiosidad. Eres un dotor.

—Pues claro que le voy a preguntar. Pero quede claro que sois un par de malas nécoras ambas dos. Que sepas Maricarmen que tú no tienes la culpa al menos, la maldad te viene por parte de madre.
—Oyes ¿qué dices tú, majadero? —se disolvía la conversación entre la broma plácida y el cafelito enfriándose.
—Ya lo creo que le voy a preguntar.

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