En la pared del fondo de la Cerve, junto a los aseos, hay unas tupidas cortinas de terciopelo rojo que tapan parcialmente unas puertas de madera maciza con un par de blasones que dan paso a un pequeño salón de celebraciones.

Las puertas y cortinas son herencia de cuando la Cerve, la mercería Remeditos, la droguería Marola (sílabas iniciales de Manuela, Rosa y Laura, las tres hijas del dueño don Eusebio) y el súper eran un solo local bajo el nombre de Salones Los Blasones Banquetes, Bodas, Bautizos y Comuniones.

Los Blases, como se les llamaba en el barrio, hijos de Blas el de los Salones, una vez muerto el padre, tuvieron diferentes planes para su futuro y salomónicamente desmembraron el negocio familiar, se repartieron las ganancias y no se supo más de ellos. Claro, que esto fue hace más de 40 años así que ya serán venerables ancianos.

Bueno, a lo que iba. En el saloncillo se celebran, de vez en cuando, eventos de diversa magnitud: visionados del clásico y, más gloriosamente, a la roja cuando ganaba hasta durmiendo, comidas familiares, reuniones de la comunidad de vecinos y algún que otro bautizo o cumpleaños. Así que gran parte de la semana se mantiene en penumbra a la espera de algún evento y sólo la luz mortecina que entra por las persianas y el reflejo de la señal de salida de emergencia se filtra hasta la concurrencia si las blasonadas puertas están entreabiertas.

Estando un día en la Cerve disfrutando de unos boquerones en vinagre con olivas, la tele vociferaba sobre el traslado de los restos de Franco al Pardo. En la Cerve tenemos toda una panoplia de ideologías, revolucionarios, apáticos, algún que otro miembro de la vieja guardia, de ellos y de los tuyos, desengañaos y caídos de un guindo, y hasta van personas normales. Era el caldo que cada boca quería probar… hay que respetar a los muertos … sí pero los de los dos lados … ya era hora … la historia no hay que tocarla … se va a liar la gorda … estos socialistas … lo volverán a meter en el Valle de los Caídos … el Valle de los Caídos debe ser de todos los españoles. El loro, nada más escuchar la palabra españoles, comenzó a gritar «españoles, españoles, …» con voz entre chirigotera y de Arias Navarro (el mamón del loro sabe cómo hacer sangre). Y a medida que la gresca se amontonaba el loro gritaba más. Y repentinamente, atravesando las cortinas que venían del saloncito, saliendo de la penumbra, apareció él. Calva esmerada con gafas de sol ahumadas, bigotito de hormiguita, papada fofa, austríaca verde y bastón. Era Franco en persona. Su viva imagen.

Un silencio helado se apoderó unánimemente de todos los presentes sin excepción. Franco, el caudillo dictador estaba en la Cerve. Nada del Valle de los Caídos. Nada del Pardo. Había escogido la cervecería para volver a este mundo. Al menos eso es lo que yo pensé. Los 10 segundos de estupor se quebraron cuando la Paqui desde la cocina dijo «Papá, ¿adonde vas ahora?» «A dar una vuelta a la manzana» «Vale, no tardes mucho».

La sonrisa de Adolfo lo decía todo… «Acojona mi suegro, ¿eh?»

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