Ay, los jacobinos. Son para darles de comer aparte. Da lo mismo que sean negros, blancos, latinos o asiáticos, cristianos, musulmanes, budistas, ortodoxos, demócratas o republicanos. Cuando uno nace jacobino, da igual donde nazca. El espíritu jacobino les arrastra.

La lamentable muerte de George Floyd ha despertado una ola de regeneracionismo cultural en EEUU que ha azuzado una vez más a las hordas jacobinas y que huele a purgas totalitarias, macartismo o revolución cultural por un lado, y por el otro, al adversario maligno del conservadurismo recalcitrante que halla una vez más una razón de ser como antagonista al nuevo mundo que los jacobinos bienpensantes anhelan. Y todo eso a pesar de los millones de estadounidenses no jacobinos que miran a uno y otro bando con pasmado gesto. Qué gran época para los jacobinos de todos el mundo.

Por todo el mundo jacobinos derriban estatuas de esclavistas, militares derrotados, políticos y hasta de Colón, como cuentan en El País. Colón, según cuentan en el diario, está en los USA más ligado como individuo al legado italoamericano y a su relación con el esclavismo. Ambas relaciones vergonzantes, la primera para él, que nunca quiso que se le relacionara con Italia, y la segunda para la propia humanidad. Pero es tan difícil acusar a los muertos. Sobre todo si se tiene en cuenta que nuestros antepasados más remotos probablemente recurrieron al canibalismo, el asesinato, la violación y otras aberraciones que hemos ido corrigiendo con el paso del tiempo. El lavado de cara con lejía es peligroso porque, te puede quedar muy limpia, pero de paso perderás la piel y la vista. Pero un jacobino vive para la destrucción de los símbolos que le pican.

Las estatuas, las pinturas, los libros, las obras de teatro no hablan sólo de los retratados. Hablan de una sociedad pasada con valores distintos. ¿Ha derribado Italia algún monumento a emperadores romanos por el hecho de que defendieran la esclavitud? Algún jacobino habrá por allá que quiera vivir en un bello mundo donde mire donde mire vea sólo modelos ejemplares que se ajusten a sus ideales. Un fantástico país sin monumentos, calles marcadas con números, con edificios cuadrados, mientras no salte a la palestra la vida de Euclides y a alguien le moleste. Una actitud muy marrón para aquellos a los que sólo les gusta vivir en rosa.

Colón, con sus cosas buenas y malas, no es más que otro producto de su época. Como lo fueron Teddy Roosevelt, Gengis Khan, Martin Luther King, Malcolm X, Biggie, Ghandi o Papa Doc. ¿Acaso los bienpensantes creen que sus mitos y colores están por encima del bien y del mal? El jacobinismo no tiene límites.

Muchos argumentan que la destrucción de la historia conduce a repetir los mismos errores. Disiento. Soy de los que piensan que simplemente lleva al olvido. Borrar la historia te hace olvidar de dónde vienes. Pero no hablar de ella estando omnipresente también te hace olvidarla. ¿Cuántas estatuas son ignoradas? ¿Cuántas efigies de prohombres y reyes son sólo anónimos trozos de piedra cuyos detalles están aburridos en tomos escondidos en bibliotecas y archivos a los que hay que acceder con carné? No hay estatuas de Hitler, y sin embargo todos saben más de él que de Felipe III con su estatua en la Plaza Mayor de Madrid.

El neoculturalismo que vivimos promete llevarse por delante todos los símbolos que le irrita. Las protestas por la deleznable muerte de Floyd, parte de un problema bien definido, probablemente acaben derribando únicamente más estatuas en lugar de poner coto a la agresividad pistolera que llevó a su muerte.

Nadie puede evitar los errores porque, a pesar de que la historia permanezca viva y presente, todos saben mirar para otro lado cuando les conviene. Me temo que la única estatua que va a complacer a todos a largo plazo es el monumento al censor desconocido.

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Nombre