Una tarde de junio en la que un chaparrón de feria venía retrasando la llegada de la concurrencia a la cerve, nos encontramos al sopor de la tarde temprana, la propiedad del local, Don Aurelio, un par de pollos que tomaban cañas de refugiado esperando a que amainaran las aguas, y un servidor.

Habiendo arrimado el ala al cobijo chacharero de la mesa de Don Aurelio nos debatíamos en menudencias de ida y vuelta alternadas con silencios pesados. Un observador lelo diría que nos sumíamos en profundos procesos mentales, porque más bien capeábamos las secuelas de una siesta todavía latente. Y mientras Adolfo y Paqui andaban sumidos en menesteres logísticos, el viejo maestro y éste que escribe entrescuchábamos el desbarre de reglamento que los pollos estaban encofrando. No porque vociferaran, sino porque la serena quietud de la cerve hacía su conversación perfectamente audible.

Los no tan chamos chamos se habían lanzado a la faquírica tarea de pasar revista a las libertades e independencias de medio planeta. Que si Nosequeristán era un dictadura opresora y Nosequelandia era el colmo de la libertad y la independencia. Y ahí se traían entre manos un debate que podía llevarles toda la vida cuando la lluvia cesó, pagaron la caña y se fueron libres e independientes al frescor de una tarde todavía coleando.

Don Aurelio, al que no se le escapa una y además las rumia todas, dejó caer la plomada no más cruzaron el umbral.

—¿Y tú qué piensas de todo esto de las libertades y las independencias?
—Venga Don Aurelio, que nos conocemos y ya sabe usted —siempre de usted a Don Aurelio— de qué pie cojeo.
—¿Y qué pie es ese?
—Hombre, pues que las libertades y las independencias son cosas pa optimistas que siguen creyendo que la política es llave y no cerrojo, pero pa mi que mientras lo dejen a uno vivir y hacer en paz pues no hace falta más. Que es de recibo el querer mentar a la madre de cualquiera y poder salir sin que le den a uno un mantecao, pero el insultao también quiere que se respete su derecho a soltarle un guantazo al que le falte el respeto. Y si el insultao o amenazao es poderoso pues es él quien pone las reglas. Claro que siempre hay quien quiere más de la una y de la otra mientras otros quieren que se tenga menos de los mismo. Que unos tienen más fuerza que otros e imponen sus ideas a los demás va a seguir sucediendo, por la fuerza o sibilinamente. Y que siempre ha habido incómodos y acomodaos en todos los tiempos y latitudes. No espero cambios en los derroteros del mundo pa los próximos años.
—Ah, vaya, que cojeas de cinismo —solté una risotada antes de replicarle.
—De los dos pies. Pero usted tampoco anda galgo. ¿Qué piensa usted de esto?
—Yo de las libertades te sigo de cerca, pero en la independencia te saco cuerpo y medio. Que aquí, quien más y quien menos, con excepción de cuatro tribus aisladas que ya tienen bastante con sobrevivir, somos todos provincias de los USA.

No me sorprendió la sentencia viniendo de quien vino. Ya habíamos toreado en otras plazas con el mismo cartel y me sabía todos sus pases, pero esta idea de dominación del imperio USA sobre el resto del mundo siempre me provoca un viaje a las simas de la tristeza. Es como cuando piensas en la muerte de algún ser querido, esté muerto o no. Duele intensamente.

Caminando desde las injerencias políticas, el maniqueísmo falaz y superficial, la amenaza velada y la destrucción desencadenada, el poder de destruir el mundo, la estaca rooseveltiana y otras guerrerías me llegué a las imposiciones y sanciones. Nada que no intente aplicar cualquier otro gobierno a una escala diferente y con menor fortuna en muchas ocasiones. El que puede, puede.

Y del macro me derrumbé en el micro de los apasionados por todo lo que suene a gringo, los que siguen sus elecciones como si fueran propias (en cierto modo los son, ¿para cuándo votaremos todos en esas elecciones? a fin de cuentas marcan la tensión de la soga con que viviremos los próximos cuatro años), las ropas, las canciones, el cine, la cultura, toda la cultura, los comercios, todo. Siempre acabo lastimado cuando me cercioro de lo poco de genuino que nos queda y, peor, que no desearía la vuelta de muchas cosas que la avalancha yanqui ha acabado enterrando.

—Ahí lleva usted razón Don Aurelio. Sólo somos provincianos globales.

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