6. Desperdigaos y despistaos

Sexta

Así que pasito a pasito, unos para la derecha y otros para la izquierda comenzaron a caminar tratando de encontrar un sitio por donde vadear el riacho ese, y lo que pensaban que podía ser cuestión de días, o de meses los más exagerados, se convirtió en un desperdigue de milenios. Un desperdigamiento cuyas secuelas son notorias aún a día de hoy.

En aquellos tiempos no existía un lenguaje técnico propiamente dicho para dar una relación exacta de la derrota que siguieron ambos grupos. Sería también osado decir que unos fueron al este y otros al oeste, cuando en realidad cambiaban de punto cardinal varias veces al día, haciendo y deshaciendo camino a su antojo, y deteniéndose cuando se cansaban o les apetecía. El espíritu romántico de la humanidad no ha dudado en tildar estas migraciones de nuestros antepasados como epopeyas o viajes épicos. Dentro de nuestra familia siempre decimos que en realidad eran una panda de despistaos cuyo foco de atención se limitaba a un par de minutos. Lo mejor que se puede decir de ellos, mas con un profundo agradecimiento, es que sobrevivieron.

Como ejemplo, el grupo que marchó hacia poniente, anduvo varias jornadas a la orilla del mar, fascinado con distintos fenómenos a los que habían sido ajenos hasta entonces: mareas, oleaje, atardeceres románticos, brisitas agradables, salitre pegaloso y cosas por el estilo. Mas todo ello pasó a un segundo plano cuando, un buen día cuya fecha se desconoce pero que debería ser celebrada con entusiasmo en todo el mundo, se realizó un gran descubrimiento: el marisco a la plancha. Parece ser que la plancha era una piedra y que el descubrimiento fue por accidente. Unos puñados de gamba roja que esperaban su turno sobre una piedra cercana a una hoguera comenzaron a emitir un interesante olor. Cuando los efluvios del marisco se apoderaron del ambiente, el jolgorio y la locura cundió entre la tribu. Algunos dicen que propició la expansión de toda una nueva zona en el cerebro, pero ésto son sólo conjeturas.

Lo único cierto es que tras catar la gamba roja, se lanzaron a una vorágine culinaria sin parangón hasta el posterior descubrimiento de los ibéricos. Tras la edad de la tiza, la tribu vivió la edad del marisco, de la que muchos no quisieron salir. Berberechos plancha, navajas, almejas, langosta, langostinos, quisquilla, cigalas, mejillones, ostras, cangrejitos moros, crancas pelúas, … probaron todo lo que pudieron y descartaron muchos tipos de viandas. Tendrían que pasar años hasta que los hervidos y el limón devolvieran el prestigio a algunos de ellos, pero como compensación, la experiencia con el marisco sirvió como plataforma para experimentar con pulpos, caballas y sardinas, para satisfacción de la tribu y la humanidad.

Y retomando de vez en cuando el plan de vadear el río, pero con la firme resolución de no abandonar su orilla por mucho tiempo debido a los estrechos lazos de amor a las gambas que desarrollaron desde entonces, fueron poco a poco avanzando hasta que se toparon con una zona en la que, maravillas de la naturaleza, se podía intuir en lontananza el perfil de otras tierras. Pero esa historia queda para otro día.

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