El Sicolojeta no se arredra ante nada. Lo mismo te saca una teoría de qué relación tiene el cómo se acoda uno en la barra con el tipo de persona que se es, como que te deslumbra con una tesis sobre las impensables ataduras atávicas que tiene el evanescente arte de silbar por la calle. Pero entre todos sus postulados, mi favorito es el que él denomina el Síndrome Rey de la Pocilga, el SERREPE, como le gusta abreviar.
Según él, este cuadro clínico puede ser reconocido desde la más tierna infancia. Es un instinto producto de la envidia y la incapacidad de disfrutar si los de alrededor se encuentran en igualdad emocional. ¿Cuántas veces no se ha visto a un niño romper el juguete de otro niño sólo por el placer de hacerle llorar o quebrar su diversión? ¿Cuántas veces se la reído la gracia en lugar de echarle la bronca? Fíjate tú qué mala leche tiene ya el niño. Va a ser de aúpa. Oye no hagas eso jajaja.
Pues según el nota, esa emanación de la envidia deviene en ese síndrome de Rey de la Pocilga. Es decir, que uno no puede ser feliz si el prójimo lo es. Uno debe destruir el objeto de la felicidad y causar miseria al otro con el fin, no de disfrutar, sino de hacer al otro partícipe de la podredumbre interior del Rey. Hagamos del mundo una porqueriza de la que yo seré el rey, grita el miserable con sus actos (el Sicolojeta se pone muy euripidiante, esquiloso, sofoclado, o vamos, muy coro de tragedia griega cuando recita así). Un mundo de mierda a la medida de mi alma, proclama.
Además, siempre según el Sicolojeta, la dolencia no se encasquilla en un estereotipo. La albergan hombres, mujeres, niños, adolescentes, adolecidos, ancianos, pobres y ricos, sin mediar raza ni profesión tampoco. Padece sus efectos toda la humanidad. A mayor poder del personaje mayor capacidad de ensuciar. El mezquino de poca monta sólo puede ensuciar su casa y su trabajo, el tecnobró, el especulador, el contaminador, el fabricante de males, el político, el poderoso aquejado del síndrome Rey de la Pocilga, esos son los que tienen el mundo que uno no sabe donde pisar para no mancharse ni salpicar.
Sin embargo, como dice el gamba, no sirva de excusa el tildarlo de síndrome. Lo siento, no es culpa mía, he nacido así. Cualquier persona es capaz de darse cuenta de su propio olor. Lávese, cabrón, que apesta. Si le gusta su suciedad, monacalmente pírese. Pero seamos sinceros, hay muchos que disfrutan y aceptan su condición. Se regodean jodiendo vidas y rompiendo lo que no saben apreciar. El Sicolojeta no duda en enlazarlo con la endémica psicopatía del potentado.
Ese minidiscursillo desencadenó un terno de horitas de debate cervecero de que si este, que si el otro, que si Trump, que si Putin, que si el Netanyahu, que si los de Vox, los del PSOE, los del PP, que si los estadounidenses, los árabes, los estos, los otros, los microplásticos, el tontín de Facebook, el calvo de Amazón, el flipao del Musk, que el maltratador de ayer de hoy y de mañana, Paquito el nieto del Calzas, que es un cabronazo de ese estilo, el hijodeputa del Rafaelito, que si los perros y sus dueños, que si los jefes, que si mi suegra, que si mi mujer.
Tal y como le gusta cerrar sus peroratas terapéuticas, el Sicolojeta clausuró el tema con un como decía Froid la mierda de ayer sigue oliendo hoy. Hay que ser jeta.












