Cuando acabamos COU, los compañeros de clase decidimos montar una cena para celebrar el fin de curso. La cena creo que la organizamos en un restaurante propiedad de Antonio Gades, aunque los traicioneros espejismos que el tiempo pone en la memoria pueden estar jugándome una mala pasada otra vez. Así que no se me tome a mal la imprecisión.

A lo que iba. Montaron la cena en una sala alargada y estrecha decorada con cuadros. Siendo de letras mixtas, nuestra clase estaba masivamente compuesta por chicas con apenas algunos chicos. Al llegar al restaurante los chicos que habíamos acudido a la cena, sólo tres, nos colocamos en un extremo de la única y luenga mesa que ocupaba la mayor parte de la habitación. No por timidez ni machismo. Simplemente nos sentamos con nuestro subgrupo de afines, que también incluía bastantes chicas, y que estaba cortado con el patrón del ji, ji, ja, ja principalmente.

El resto de las compañeras, más formales, se colocaron a lo largo de la mesa. Milagros, una compañera bien maja pero bastante seria y estéticamente muy en la onda de Ágatha Ruiz de la Prada, ocupaba la cabecera de la mesa en el extremo opuesto al nuestro. Era sin duda la más peculiar vistiendo de toda la clase y probablemente de todo el instituto. Ese estilo había sido objeto de risas y bromas en petit comité por parte de tirios y troyanas, especialmente. Mas nunca oí a nadie decirle nada directamente. Carne de cotilleo.

Por otro lado, Mario era el alma mater de nuestro extremo. Habitualmente, Mario no podía dejar de decir chorradas ni un segundo. La risa era continua. Era ingenioso y descarado con los profesores que se dejaban vacilar, así que en clase lo adorábamos casi todos. A Mari Paz, la profesora de inglés, siempre le hacía reír con una mezcla de peloterismo exagerado y sin vergüenza que no dudaba en enarbolar ante las peores de las situaciones. Eso le libró en más de una ocasión de una mayor severidad ante deberes olvidados o respuestas equivocadas. Sin embargo, algunas de las chicas más serias de la clase lo veían como un graciosete pesado y excesivo y no le tenían mucha simpatía a su verborrea jacarandosa.

Ya sentados en el restaurante, Mario comenzó la metralleta de sandeces y estupideces que provocaban atragantes y aullidos desternillantes. Creo que la sangría ayudó a que el ambiente fuera todavía más carcajeante. Mario, lanzado en la vorágine del humor correspondido, tomó aire en un impasse bromístico, solazando la mirada en el resto de las compañeras. Yo estaba sentado frente a él y vi cómo, girando la cabeza se detenía en seco en dirección al extremo opuesto, una mueca de la risa se le subía al rostros y explotando de humor de nuevo gritaba para que se le oyera en el confín de la sala: «¡¡¡Milagroooos!!!, ¡¡¡¡¿qué te has puesto debajo el coño?!!!!»

La sala entera calló inmediatamente. Todos nos quedamos estupefactos. La ira comenzó a encender las miradas de muchas de las chicas. Casi se podía oír el chirrido de las vértebras de las compañeras girando para coser a Mario a puñaladas virtuales. Yo, que había girado la cabeza con Mario, al igual que el resto de los que estábamos en el lado de la mesa opuesta al de Milagros, miramos a Milagros. Y lo comprendimos.

Detrás de Milagros, colgado en la pared, había un cuadro muy modigliani de un desnudo femenino. Casualmente, el vértice del triángulo púbico retratado acababa donde el cabello de Milagros comenzaba. Y entendimos lo que Mario había querido decir, Milagros, que te has puesto debajo del coño. Pero nunca llegué a entender por qué la exclamación pareció interrogación. De cualquier modo, los de nuestro lado de la mesa lo comprendimos todo al instante: la cara de Milagros, el odio en la mirada del resto de las chicas, el cuadro con el desnudo, la frase de Mario, y comenzamos a descojonarnos convulsivamente. Hubo conato de explicación por alguno de nosotros. No por parte de Mario, que no comprendía nada. Sin embargo, cuando llegó la hora de irse de copas, las ofendidas decidieron montar la fiesta por su lado.

Todavía me sigo descojonando locamente cuando recuerdo la escena.

Artículo anteriorFútbol Guaja
Artículo siguienteCarnavales de Cádiz
Cosas de Viejo
De vocación sus labores, este viejo podría haber hecho algo de provecho si no hubiera sido él mismo. Podría haber sido el peor de los periodistas si no se lo hubiera propuesto. Podría haber sido un gran hombre de ciencia si la inteligencia, el talento, la tenacidad y una mente despierta le hubieran acompañado. Podría haber sido un artista si hubiera gozado de la impostura. Es por eso que es arduo poner notas biográficas de quien apenas ha vivido.

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Nombre