Yo creo que a la entrada de España tendríamos que tener un cartel diciendo en varios idiomas: aquí no se fía. Sería más correcto que el cartel rezara Aviso: País Desconfiado. Pero no me puedo resistir a la ambigüedad prestamista de la frase. Pero sí, creo que no vendría mal declarar en aeropuertos, puertos y carreteras lo que es parte tan consustancial a nosotros como lo es el toro de Osborne o la tortilla de patata. Simplemente para que muchos foráneos de paso pudieran comprender los cabeceos de ojos cerrados en bares y plazas al albur de las malas nuevas o las rubefacciones irritosas de idealistas impertérritos.

Y es que siempre andamos con la mosca detrás de la oreja. Muchos creen que el timo, el robo o el escarnio acechan a la vuelta de cualquier esquina patria a manos tanto de extraños como de parientes. Muchos fundadamente. Un buen número sospecha que ese vecino mal encarado de cojeo fundamentalista no dudaría en llevarnos a la picota si los suyos estuvieran en el poder. No dejamos de mirar la toalla desde el agua por si alguien nos la choriza. No seríamos los primeros en sufrirlo. También sabemos que si se nos olvida el más imbécil de los objetos en un banco de un parque no vamos a tener la suerte de encontrarlo en su sitio cuando volvamos a buscarlo 10 minutos más tarde. Y somos conscientes de que en cualquier oferta comercial que nos propongan, es el otro es el que va a salir ganando.

Hay que aceptarlo, somos un pueblo desconfiado. Somos un país de reojo. Somos los inventores del piensa mal y acertarás y otras lindezas por el estilo. Y es por eso que las altas estancias estadísticas del terruño y de las europas se afanan en sondear regularmente cuan grande es nuestra sospecha. El último Eurobarómetro que he podido encontrar a primer guguelazo es recogido por El Mundo con el descriptivo título de Cae a niveles mínimos la confianza de los españoles en el Gobierno, los partidos y los medios de comunicación. No hace falta que usted lo lea si es español. Llueve sobre mojado.

Y toda esta milonga que le acabo de endosar me ha venido a la sesera tras leer en El País que César Alierta se retira de la Fundación Telefónica, que no de la vida empresarial. Párese un momento y disfrute de cómo la URL de la noticia es tal que así: https://elpais.com/economia/2022-02-15/pallete-fuerza-la-salida-de-alierta-de-la-fundacion-telefonica.html mientras que el titular charra un José María Álvarez-Pallete releva a Alierta al frente de la Fundación Telefónica. Léala pulsando aquí. Léala si ha tenido un mal día porque contiene perlas retóricas pergeñadas en algún almibarado departamento de prensa que transitan sin temor entre el peloterío más arrebolante y el burdo insulto a la inteligencia. Cualquier españolito de pro ya llega avisado a tamaña pieza. Es para enmarcar el trozo carente de vergüenza ajena que reza: «Nuestro agradecimiento es solo comparable a nuestra admiración por su obra. Ha hecho grande a una empresa grande.» Tan retorcido que parece con retintín. Si no fuera por que ya no está entre nosotros, uno podría incluso llegar a pensar que el jefe de prensa es el mismísimo Groucho Marx. Con perdón por el agravio en ingenios.

La selección de la cita también invita a pensar en un retintín afectado por parte de un redactor demasiado incómodo o demasiado acomodado. La URL deja ver que la ropa interior de lo que el plumilla escribió y el redactor jefe aprobó y publicó no estaba tan limpia como ahora luce. Probablemente maculada con luchas de poder corporativas sólo perceptibles para el ojo conocedor. Nadie entra al trapo en esas lides porque le caen coscorrones por todos los lados. Además, muy pocos osan ponerse chulitos con sus jefes si es que quieren volver a madrugar los lunes. Y Alierta y Pallete, entre otros, tienen ascendencia en El País. Así que suena que alguien con despacho de caoba leyó la historia inicial e hizo que le pasaran con alguien con despacho de contrachapado, quien a su vez sugirió algunos cambios en, al menos, el titular de la noticia.

De esas menudencias, que son el pan nuestro de casi cualquier redacción, he llegado proustianamente hasta Alierta. Hasta Alierta y lo poco que sé de él. A lomos de mis prejuicios y desconfianza rojigualdas pensaba que el tío tendría los riñones bien acolchados con poderosas amistades que le habrían aupado hasta donde ha llegado y que comenzó sus aventuras empresariales del modo menos épico que uno se pueda imaginar y con muchos mimitos pecuniarios. Como buen español soy correligionario de que tras cada gran fortuna hay un gran delito. Soy desconfiado, pero no se me puede echar en cara porque he nacido en la piel del toro y vengo escaldado.

Así que cuando he leído la minibiografía de César en internet no me he echado las manos a la cabeza. El tío cumple todas las expectativas que un español desconfiado como yo podría albergar sobre alguien como él, e incluso las supera. Raigambre alcurniosa, amigos poderosos, mosoooombre, él no podía ser menos. Y como no, miembro de esa infausta banda nacional de forrajidos prescritos que tan vaselínicamente se desliza entre togas, despachos y redacciones.

Pero oiga usted. Lo escribo sin inquina ni ardores estomacales. Está en mi naturaleza. La desconfianza, el desaliento y el conformismo forzado. El español ya sabe que todos son unos mangantes. Que prensa, políticos, empresarios y currelas somos todos una comparsa de moros y cristianos, con miembros de ambos bandos turnándose en la toma del castillo de quita y pon. Unos piensan que los que no mangan es porque no pueden. Otros que están siendo esquilmados desde que nacieron. Así que a gran parte de la españolidad no se le incendia la sangre durante mucho tiempo, o se la extingue a base de quintos. Porque todos lo sabemos. El eurobarómetro lo confirma. La confianza es uno de los talones de Aquiles del país. De curritos y potentados a la par. La desconfianza, como la muerte y las necesidades fisiológicas, nos iguala. En el bar o en el club de golf. A vagos y vivos.

Todos hemos oído hablar de Suecia, Noruega, Alemania, Japón y otros sitios donde la gente es confiada y tienen países fardones. Y a todos nos gustaría parecernos a ellos en sus cosas buenas sin dejar de lado el ser un poco pillines. Pero tengo que admitirlo, yo no sabría por donde empezar. ¿Más educación? ¿Un pacto nacional por la regeneración? ¿Una emigración masiva y un ahí te quedes España? ¿El cartel diciendo que aquí no se fía? Obviamente, lo del cartel es una sandez tan grande como las otras, pero es que además de ridículo, ya todos sabemos que alguien acabaría sacando tajada.

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