En el sótano del Panteón, donde confluyen la Galería de las Ideologías Políticas y la de las Religiones y Creencias, hay una ovalada sala dedicada a los grandes equipos de fútbol. Los fundadores del Panteón la diseñaron pensando en llamar a dicha habitación Bodega de Pantagruel y que recogiera los nombres de aquellos talentos de apetitos desmedidos. Obviamente quedó en evidencia que la magnífica y amplia estancia no poseía el tamaño necesario para albergar tan titánica muestra, quedando reducida a la actual caterva de nombres de Grandes Equipos de Fútbol.

El fenómeno del equipo de fútbol grande comenzó a poblar los salones del panteón una vez mudaron su piel de asfalto y barro por la caoba de los despachos y los reflejos aduladores de vitrinas que mezclan al observador con el trofeo. Sólo cuando los clubes comenzaron a tener el capital definitorio para cambiar el curso de las competiciones fue cuando los monstruos comenzaron a ganar peso y a dar miedo. Poco a poco convirtieron la competición deportiva en competición económica y, tras denodados esfuerzos, por fin consiguieron hacer realidad el sueño de que siempre ganen los que más pasta tengan.

Un poco a lo Frankenstein compran partes dispersas por doquier para formar un monstruo portentoso, pero en cierto modo un monstruo de feria. Es un fútbol artificial alejado de los descampados salvajes donde vivió sus mejores momentos. Magnífica bestia a la que ver retándose con otros Globetrotters del balompié. Gran circo de 90 minutos. Muy bello en la excepción y aburridísimo en la cotidianeidad.

Ver a esos titanes combatir a los pequeños clubes de las ligas produce un efecto patético en alguien ajeno al contubernio. Para los mortales seguidores de esos inmortales, los grandes equipos proporcionan la dosis de victoria que la vida les niega. Son especiales. Formar parte de un equipo ganador ofrece el respaldo de haber sabido elegir la gloria, mientras otros se aferran a la derrota. Es un refrendo del saber negado en otras lides. Un poco como el que manda sentarse a un perro ya sentado y cree que su habilidades como amaestrador son imbatibles.

Para los seguidores del pequeño rival, la derrota desencadena la amarga impotencia de saber que Poderoso Caballero siempre acaba por pervertir hasta los más mínimos resquicios de cualquier cosa que fue pura en algún momento. No son mejores que los otros, pues conscientes del limitado potencial de su equipo, sus sueños ya no vislumbran a una figura local elevando al minúsculo once hasta celestiales alturas competitivas. No, los sueños actuales de los clubes chicos truecan felizmente a Garrincha por un jeque, a Laudrup por un oligarca petroquímico o a Iniesta por un financiero de Wall Street. Alguien de riñón acolchado que, poniendo sus ojos en el equipo, inyecte talento y genialidad a golpe de talonario. Buscan la victoria económica que les lleve a la deportiva.

Para los demás, los observadores neutros, el patetismo colea dolorosamente, a menos que sean del tipo de persona que disfruta viendo vídeos de acoso escolar o abusos de fuerza en general. Contemplar repetidamente a once tíos desviviéndose por que no les marquen un gol para acabar claudicando en un momento u otro le quita las ganas a uno de ver ese tipo de fútbol para siempre. ¡Métete con los de tu tamaño!

También cuesta comprender a los jugadores. ¿De dónde sacan la fuerza y la ilusión cada fin de semana para enfrentarse a equipos netamente inferiores o superiores? ¿Dónde está el reto para los grandes más allá de la docena de partidos al año que en realidad suponen un desafío a sus capacidades? ¿Cómo pueden seguir sintiendo satisfacción cuando se es consciente de que sólo el monedero te hace ser tan bueno como lo eres? Supongo que ser jugador requiere una fortaleza mental enorme. Si eres de un equipo menor tienes que asimilar que tu techo está donde empieza el suelo de los equipos grandes. Debes hacer como que no te importa y dedicarte a lo tuyo. Si eres un gran jugador en un gran equipo debes tener una gran capacidad de autoengaño para pensar que vives en una competición justa donde al final del día once tíos se enfrentan contra once y la sorpresa puede saltar en cualquier momento. Aunque sea rara avis.

En esa galería del panteón justamente aparecen los escudos y agravios de los grandes equipos. Los que privaron a la competición de la posibilidad, los que ataron el talento con cadenas de oro y borraron la sonrisa de todos aquellos que no les bailan el agua. Sepulcros blanqueados con cal de estadio.

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Cosas de Viejo
De vocación sus labores, este viejo podría haber hecho algo de provecho si no hubiera sido él mismo. Podría haber sido el peor de los periodistas si no se lo hubiera propuesto. Podría haber sido un gran hombre de ciencia si la inteligencia, el talento, la tenacidad y una mente despierta le hubieran acompañado. Podría haber sido un artista si hubiera gozado de la impostura. Es por eso que es arduo poner notas biográficas de quien apenas ha vivido.

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