Dice un refrán con muy mala baba que quien va con un cojo, si al año no cojea, renquea. Tiene mala baba por agravio a los que padecen cojera y por utilizarla como símil de un defecto y por ende, ser un vicio. Pero obviando lo nefando del refrán me quiero centrar en su espíritu. En el controvertido concepto que contiene de que los vicios se contagian.

El refrán y su perversas implicaciones vienen al hilo de una noticia que he leído en The Guardian en la que se discute si la facilidad para acceder a la pornografía influye en la proliferación de la denominada «cultura de la violación», entendida esta como el conjunto de actitudes que comprenden la agresión sexual, la misoginia y el acoso especialmente en el entorno escolar y los jóvenes. Un tema escabroso, complicado y que no debe ser banalizado bajo ningún concepto. No voy a entrar a sentar cátedra o dar mi opinión en algo que me viene tan grande.

Sí que quiero sin embargo arañar la superficie de ese concepto de que la televisión, internet, la pornografía, las malas compañías o los cojos tienen su parte de culpa en los malos hábitos de inocentes corderitos que no matarían una mosca si se hubieran mantenido a salvo de esas influencias perniciosas.

Hay muchos chivos expiatorios para nuestros vicios y faltas … los inmigrantes, los fachas, los rojos, los negros, los blancos, los amarillos, mi padre, mi madre, mis hijos, mi marido, mi mujer, mis compañeros. Siempre es más sencillo, simple y tranquilizador echar la culpa a los demás de todo, especialmente si no se pueden defender, como sucede en el caso de elementos tan heterogéneos como la televisión, internet o la pornografía. Mejor que destapar el cubo de nuestras propias podredumbres.

Más sencillo que profundizar e individualizar. Mejor tratar un problema que son millones de problemas como si fuera uno solo. Así se discute mejor en el bar. No en la Cerve. En la Cerve detestamos la generalización. Cada vez que alguien generaliza el Guaja hace un sonido como de bocina de fin de turno de una acería y entre carcajadas se ahoga la estupidez. Es como una tarjeta roja de la Cerve pero sin expulsión. Eso sería demasiado cruel.

La tele, internet, … los que la explotan, sus medios, … ellos tampoco son corderitos, pero producto de la humanidad, se le suelen parecer, como un perro al amo. Coexisten panzudamente en ellos la pornografía con la divulgación científica, la sabiduría con la estupidez, lo fatuo con lo indeleble. Y encabezados por personas que buscan mayormente el rédito económico pues tienden a priorizar lo que produce más ingresos. Y lo que realmente da pavor de todo ese macabro mecanismo es que algunos de los contenidos que más rédito económico producen son la pornografía, la violencia, el crimen, el terror, el cotilleo y la humillación pública. ¿Por qué un señor de Huesca disfruta viendo una serie que ensalza el estilo de vida del narcotráfico o se encoleriza ante las injusticias a su equipo de fútbol? ¿Por qué una señora de Benalmádena adora cómo la famosa tal despelleja a otra famosa en público?

Probablemente la falta de una mirada crítica sea sólo una más de las piezas de este complejo rompecabezas. Como también lo sea la educación que se da en casa. Los valores que transmite la sociedad. Las recompensas que otorgan determinadas elecciones. La tele o internet al final sólo ofrecen ideas y escalas de valores de sencilla digestión, que son las que más ingresos le producen. El recorrido intelectual y moral de cada uno abraza o descarta opciones. Todos tenemos la culpa, amigacho.

Cuando alguien va con un cojo, si al año cojea o renquea, es porque del cojo se chotea. Eso es más acertado creo yo.

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