En estos tiempos de paleodietas, barbas decimonónicas, rebecas de oficinista de los 60, cazas de brujas y otros anacronismos deifecados (no es una errata, es un neologismo), el mundo de los videojuegos, reflejo de lo que somos, no está exento del virus retro o vintage (¿alguien me puede explicar por qué cuando busco «vintage en español» o «sinónimos de retro» no me sale casposo?).

Principalmente la caspa llega en forma de pixelado tamaño melón, acompañado frecuentemente por una paleta de colores monocrómica, soniquetes que dejan al PT1 de Casio a la altura de una sinfónica y guiones atascados entre el Donkey Kong y el Zelda. Nintendo ha marcado generaciones y no siempre para bien.

A mí, que viví la época en que todas estas características eran un límite a batir y no un objetivo a conseguir, todo este revuelo retro me produce cierto rechazo. La moda es especialmente notoria en los juegos para móviles, donde el cutrerío pasa más inadvertido, pero hay ejemplos de ello en todas las plataformas y en otras expresiones artísticas. En cuanto veo un juego que usa el pixelado para conseguir el efecto añejo que el blanco y negro da a las películas me siento incómodo. También me pasa con las películas en blanco y negro que no tienen por qué ser en blanco y negro. Hay buenos juegos y buenas películas buscando autenticidad a través de la estética, pero tienen que pasar la prueba del algodón y ser respaldadas por buenos contenidos para justificar tal elección. Muy pocos productos avalan tal decisión estética y escapan del burdo homenaje para mostrar algo que realmente aporta. Las películas de Sin City en su mestizaje con el tebeo son un ejemplo exitoso.

Pero en el caso de lo videojuegos recuerdo la expectación que generaban títulos que empleaban sprites gigantescos u otras soluciones ingeniosas para evitar el pixelado o al menos simularlo, scrolls continuos en lugar de pintar la pantalla de nuevo cuando se llegaba al borde, la aparición de músicas y sonidos alejadas del pastiche ridículo. Todo el mundo quería hacer un juego mejor que el anterior.

El revival melancólico que nos asola puede tener causas psicológicas. Es duro reconocer que te has hecho viejo. Volver a los pixelados te puede transportar mentalmente a tiempos en los que eras un mozalbete pero el espejo te acaba por devolver a la realidad. Y aunque el placebo del píxel te dé un chute de morriña espiritual, su estética pregona justo lo contrario. Una lástima.

Y sin embargo, y a pesar de mis peros, no hay que tomarme muy en serio, a fin de cuentas también puede ser que yo me esté pasando de senilidad y simplemente no sepa adaptarme a estas modas que a mi me huelen a alcanfor digital. Pero para el que le pique la añoranza le animo a hacerse con una Raspberry y disfrutar de decenas de miles de juegos realmente retro con los emuladores que uno se puede instalar en ella. Si el juego divierte, no hace importa su fecha ni estilo. No tiene caducidad. Se trata de un juego bueno. Aunque en el caso de los pixelados siempre pienso … ¿y si hubiera tenido mejores gráficos?

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Cosas de Viejo
De vocación sus labores, este viejo podría haber hecho algo de provecho si no hubiera sido él mismo. Podría haber sido el peor de los periodistas si no se lo hubiera propuesto. Podría haber sido un gran hombre de ciencia si la inteligencia, el talento, la tenacidad y una mente despierta le hubieran acompañado. Podría haber sido un artista si hubiera gozado de la impostura. Es por eso que es arduo poner notas biográficas de quien apenas ha vivido.

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