5. Hacedme caso que es por aquí

Quinta

La llegada de la tribu a la península Ibérica ha sido también objeto de controversia, no sólo en prensa especializada y publicaciones científicas, sino en la propia teta familiar. La profunda modestia que nos caracteriza rivaliza con nuestra capacidad para acometer las más osadas hazañas. Lo cual viene a significar que, aunque una parte de la familia no quiere reconocerlo, llegamos a la península por error y cabezonería. No fue la última de las epopeyas ligadas a nuestro nombre que responde a tal binomio.

La tribu, una vez abandonadas las ramas, había itinerado por gran parte de nuestra África natal. Quien esté interesado en un mapa detallado de la ruta haga el favor de prestar atención a la arqueología ya que no ha quedado nada escrito de aquellos tiempos. No porque la escritura no existiese. Yo he llegado a la conclusión de que la escritura existía y de que había una viva y coloreada industria de publicaciones de autoayuda. Al menos así se ve en varios murales en distintas cuevas. Más bien creo que andaban muy liados como para sacar tiempo para leer. Además, no ayudó nada el hecho de que no se hubieran inventado todavía los sujetalibros ni las librerías. Creo poder decir con total seguridad, sin embargo, que la práctica totalidad de los libros de aquella época fueron usados como combustible en hogueras. Había madera a raudales, pero ya he dicho que la mayoría eran libros de autoayuda.

Pues bien, tras siglos de vagabundeo, la tribu decidió abandonar las frescas praderas del Sahara debido a que cada vez eran menos frescas y menos praderas. Y había arena por todos los lados. Y la arena está bien si luego te puedes pegar una duchita, pero nadie quiere vivir en una playa eternamente si no tienes ni siquiera una mangera para quitártela. La tribu se cansó de encontrar arena hasta en los taparrabos y decidió emigrar. Esta vez hacia el norte.

Tras un largo periplo, la tribu llegó a orillas del río más grande que jamás había o habían visto (no sé bien cuál de las dos formas usar). Tan grande que no se veía la otra orilla.

Inciso. El lector avispado ya se habrá percatado de que en realidad no era un río sino el mar Mediterraneo. El lector no avispado se habrá percatado tras haber leído estas líneas. Pero si no las ha leído, pues no se habrá percatado. Los lectores avispados y no avispados que no hayan leído este post, tampoco se habrán percatado. A lo nuestro. La tribu jamás se había encontrado con un océano o mar hasta el momento. Siglos y siglos de bagaje y nunca habían llegado a una costa. Lagos grandes y ríos sí, pero esos siempre se podían cruzar o rodear si uno andaba o nadaba lo bastante. Sin embargo, no dude en reírse a lágrima tendida. Nosotros nos seguimos descajonando cada vez que el tema sale en alguna comida familiar.

Al llegar a la mentada orilla y no ver un claro derrotero que seguir, se encendió una acalorada discusión que supuso un cisma en el liderazgo tribal. Mientras unos decían que el nacimiento del río estaba a la derecha otros decían que estaba a la izquierda. Se podrían haber quedado allí, pero ya he dicho que somos una familia de cabezones. La tribu se fragmentaba entre los partidarios del hacedme caso que es por aquí y los del por allí parece que se ve algo. Unos decían vamos pallá, otros decían, que mejor pal otro lao. Así que al final decidieron separtarse y acordaron encontrarse al otro lado de la orilla. Hubo un tercer grupo que, finalmente, se quedó en la orilla con la excusa del ir vosotros delante que ahora os alcanzamos. No se puede culpar a nadie. Son cosas que pasan.

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