3. Ancestros ancestrales

Tercera

Antes de lanzarme a la vorágine de la narración de mis aventuras, creo que es de recibo ilustrar al avieso lector con mis antecedentes sanguíneos. Al igual que los árboles, las personas sólo pueden crecer todo lo que sus raíces le permitan. Las ramas, flores y frutos de los individuos beben de la savia que sus raíces les proporcionan. Por eso creo que es una obligación y deber el exponer al aire las fuentes en las que beben mis raíces, especialmente en estos momentos de tanta controversia sobre mis orígenes.

Comencemos por mis más alejados antecesores. Todo se pierde en la noche de los tiempos si nos remontamos a los tiempos previos la llegada de mis antepasados a la península Ibérica y sólo determinados sucesos permanecen en el acervo inmaterial de mi estirpe. Es por eso que comenzaré mi verdadera relación cuando ya nuestra familia tiene recuerdos e historias de las que no avergonzarse, pasando de manera somera por esos hitos cavernarios.

En lineas generales y respondiendo a la curiosidad de mis biógrafos, diré que mis antecesores abandonaron la cuestionable comodidad de las ramas de los árboles por la dudosa solidez del suelo un 17 de mayo. No quiero mentar el año para no volver a despertar agrias polémicas intestinas. En la familia todavía se sigue celebrando la efemérides, al igual que la del 23 de octubre, por ser cuando nos apropiamos de nuestra primera cueva.

La querencia de mis antiguos por las cuevas probablemente se convirtió en moda prehistórica, vistos los restos que todavía se siguen encontrando por los cuatro rincones del orbe. Y respondiendo a las insinuaciones, quiero volver a insistir de nuevo en que lo que se ve en los muros de Atapuerca fue sólo un lapso de una noche en la que la grey cedió a la locura y la fuerza vital se apoderó del deseo y la esperanza. Aquellos viejos se habían dado cuenta de que tenían todo el futuro por delante. Pero sí, hubo bacanales antes del dios Baco.

No nos queda constancia de ningún prohombre de esa época con excepción de Aquilino el Caníbal. Yo creo que ese no fue su verdadero nombre, aunque ello no ha supuesto ningún obstáculo para que haya sido una figura constante en la educación de los nuestros. «Niño, vete a la cama que viene Aquilino el Caníbal». Como figura educadora/amenazante tiene más poder que El Coco, no me cabe duda. Además, seguimos yendo a poner una rosa de vez en cuando a su tumba en Tassili. No quiero entrar a desdecir todas las patrañas que se han vertido sobre el lugar. Sólo puedo decir que mis antepasados tenían un retorcido sentido de la farsa y sátira políticas, cómo algunos ojos sabios saben leer.

Dejemos atrás estos vaivenes de memorias bacheadas y lagunas de recuerdos desecadas para siempre y volemos hasta hace unos escasos milenios cuando las historias familiares pueden darse por ciertas, y no sólo ser fruto de habladurías exageradas. Nunca me ha gustado hablar de lo que no es una certeza corroborada. Ya está el mundo lleno de suficientes axiomas dudosos como para ir añadiendo más.

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