Hábitos saludables

Lázaro 3

Lo dicen todas las guías imprescindibles y todos los blogs. Todos los empresarios, todos los emprendedores, todos los gurús, oportunistas y demás modelos que Lázaro tiene en su altar interior tenían en común unos horarios totalmente intempestivos. El más osado de ellos se va a la cama a las siete de la tarde. Todos se despiertan entre las cuatro y las seis de la mañana. Y todos ellos son ricos y exitosos.

La única pata que cojeaba en el plan que Lázaro se disponía a poner en marcha era la del cambio de hábitos. Lo había intentado. Bien lo sabe el Altísimo. Pero era cosa del Bajísimo que no se acostumbraba incluso después de años de férrea disciplina. Se acostaba todos los días entre las seis y las siete de la tarde, si no había partido. El fútbol era uno de las escasas frivolidades que se permitía. Pero ya volveremos al balón posteriormente.

El caso es que, con toda probabilidad, Lázaro era el primero de todos los futuros millonarios en irse a la cama. Y el primero en abrir los ojos. La diana era a las dos y media de la madrugada, pero raro era el día que no posponía el momento de levantarse varias tandas de «cinco minutitos más», mientras se preguntaba para qué querían tanto dinero todos esos magnates si seguían levantándose tan temprano. Con lo que el disfrutaría si esos cinco minutitos más fueran un par de pares de horas más.

Pero en fin, parecía que era parte de la ecuación. Un madrugón para un millón, solía decir para sus adentros mientras se preparaba el desayuno cada día, dejando escapar una conato carcajoso con satisfacción.

Dieta y ejercicio

Otra cosa que llevaba mal eran los hábitos alimentarios. El seguía preparándose un café cada mañana. Lo había intentado con el té. Sinceramente. Lo había intentado de verás. El té verde, el té negro, y otros tés con cosas como la canela, el jazmín y la cayena. Pero el cafetito era otra de sus debilidades, como el fútbol. Además, el café era muy Wall Street, opinaba. Quizás no muy Silicon Valley. Pero estaba convencido que la bolsa de Nueva York tenía una cantina en la que servían café. Aguado e insulso como suele ser el café americano, pero café en definitiva, se decía a sí mismo.

Mas esa era la única de sus debilidades. El resto de la dieta era cumplida con carcelera rutina. Gradualmente había ido abandonado cualquier vianda tradicional. Todos los platos que se zampaba a lo largo del día tenían nombres tan largos que llevaba más tiempo pronunciarlos que ingerirlos.

Varias veces se había planteado si tal vez no se habría convertido en vegano o vegetariano sin saberlo. Pero había ciertas cosas en sus comidas cuyo origen estaba rodeado de un profundo misterio, y él no era quién para ir enmendando la plana a los ideólogos de las dietas.

En cuanto al ejercicio físico, no lo llevaba mal del todo. En los primeros meses en que decidió lanzarse al mundo emprendedor también se subió al carro del deporte activo, saliendo a correr nada más levantarse. Pero, además de volver a casa con un mal cuerpo terrible, tenía que soportar las bromas de borrachos y pandilleros. Un par de sobresaltos bastaron para que Lázaro se comprara una bicicleta estática. Haciendo honor a la verdad, la bicicleta estática de Lázaro es una de las diez bicicletas estáticas particulares más usadas del mundo como tal, y de las diez menos usadas como perchero. Aunque es flexible en eso de cuándo usarla. Desde luego no recién levantado, como varias sesiones de arcadas le han recordado de vez en cuando.

Así que Lázaro, interrumpiendo su transcripción de mala gana, pero fiel a los hábitos de millonarios experimentados, se percata de que ha llegado la hora de meterse en la piltra. Hay que estar bien descansado si tiene que comenzar a comerse el mundo a las tres de la madrugada.

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