Decía yo el otro día en la cerve que España es esencialmente una jaula de grillos encabronaos. La mala leche supura por cada uno de los poros de este bendito país. Se puede ver en medios de comunicación, intervenciones políticas, comentarios de bares, taxis, tertulias improvisadas de café en el trabajo, cenas familiares, cañas con amigos y otros tantos lares.

Es tan evidente que me parece que debe haber algún gen en los nacidos en España que desencadene tal reacción. Además, para chasco de independentistas y nacionalistas, sexistas y racistas, es algo entrañablemente extendido a cada hijo de vecino del terruño. La mala hostia nos hace iguales, como la muerte.

Y decía yo pensar como se dice en el Mío Cid, que qué buen vasallo si tuviera buen señor. Que una interminable sucesión de malos líderes y políticas había llevado al pesimismo, la desconfianza y la indignación.

Sin embargo, el Guaja, en un ataque de amarga reflexión imbuida de humor triste de esos que le enaltecen y provocan la condonación de todos sus pésimos chistes, soltó algo así como «Poeta, yo creo que no vas bien, pa mi que España es un país de optimistas natos y me explico…».

Según el Guaja, la mala leche del español es un optimismo incontenido en sus posibilidades y la de aquellos en los que deposita su confianza. Por eso, cuando pone a parir a políticos, deportistas, vecinos, amigos y amantes no es por amor a la destrucción, sino por la fútil ilusión de que si las cosas funcionaran cómo a el le funcionan en la cabeza todo iría a pedir de boca.

España es una utopía en construcción desde hace una eternidad. Muy pocos aceptan lo que son ellos y lo que España es. Todos idolatran el país, la provincia, la región, la calle, el barrio, la ciudad, la casa, la familia, los amigos, la gente, el trabajo que existe sólo en sus sueños. Por eso la mala leche, porque en el fondo piensan que este país tiene opción de ser mejor y les hierve la sangre. Al corrupto le quema el indignado y al indignado el corrupto, al fascista le arde el rojo y viceversa, al católico el ateo, y así podríamos seguir. Todos pensando que tarde o temprano todos se darán cuenta de qué razón tenía él y qué equivocados estaban los demás. Puro optimismo.

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