Hay noticias que chirrían. Muchas. Las lees, escuchas y/o ves y notas que algo no va bien. Algo huele a chamusquina en ellas. Cuando se lleva mucho tiempo leyendo uno empieza a desarrollar una mirada crítica hacia ellas. Empiezas a intuir que detrás de esta y aquella historia hay algo más que hechos. Te preguntas cuáles son las motivaciones del medio y, muchas veces, las del reportero o comentarista. Con el paso del tiempo dejas de ver el lado idealista del periodismo y comienzas a sentir que todo este tinglado de la realidad, la verdad y la prensa se parece más a una pelea familiar en la que unos niños maleducados destrozan un peluche a base de estirarlo rabiosamente en distintas direcciones.
Entonces, cuando conoces a gente que trabaja en los medios y te cuenta cómo funcionan te das cuenta de que no eres un desconfiado más.
Y uno se va haciendo viejo y la mirada crítica se convierte en un ojo crónico. No puedes leer una noticia sin pensar en la cantidad de tejemanejes detrás de ellas. Incluso las más insulsas tienen un por qué. Uno, que ya tiene sus años, ha dejado de plantearse qué es verdad y qué es mentira, quién tiene razón y quién no. Sin embargo, me sigue divirtiendo leer noticias y desmenuzarlas.
No es que yo sepa quién rinde favores a quién, quién se alinea con qué ideología y qué fobias y amores motivan a periodistas y grupos de medios. Si buscas un periodismo sobre el periodismo éste no es el lugar.
Es simplemente que, como viejo que soy, cada vez me queda menos gente a la que dar la chapa con mis ocurrencias, que ya me conocen, es por eso que internet es lo mejor que se ha creado para perpetuar la tabarra. Además como mi ojo crónico no descansa mejor verter todo aquí que ir hablando solo por la calle o ir en busca de incautos viandantes.
Sí, lo sé. Lo mío no tiene nombre. Pero es que lo del periodismo…